“A la altura de sus cejas y justo detrás de sus ojos hay máquinas de todo tipo: un grandioso motor que lo propulsa, lentamente, hacia adelante; un reloj de extrema puntualidad, una memoria descomunal apta para detalles indispensables y también inútiles. Hay también un corazón castigado en un rincón oscuro que nadie percibe, salvo, tal vez en secreto, mi madre"
Quedar ciego/a de un día a otro en un mundo lleno de estímulos visuales debe ser, sin dudas, una experiencia espantosa. En literatura mucho se ha escrito sobre la ceguera, ya el Nobel portugués José Saramago nos hablaba de ésta en su famoso Ensayo sobre la ceguera, en donde los habitantes de un pueblo comienzan a quedar ciegxs sin mayores explicaciones. Pero lo que hace Lina Meruane en Sangre en el ojo es un experimento completamente diferente: en primera persona nos cuenta cómo va quedando ciega y haciéndose cada vez más vulnerable, situación que la lleva al límite, en un relato intenso, muy rico en ritmos y tiempos. La protagonista se llama Lina, igual que la autora, y es escritora, tal como ella. Por eso el drama de perder la vista es el doble. Es la Lina escritora -¿cuál de las dos?- la que sufre.
Lina Meruane -esta vez la autora- es una escritora chilena, y ha recibido diversos premios por sus obras Sangre en el ojo y Fruta prohibida. Últimamente ha aparecido un montón en los estantes de las librerías y en medios de comunicación por su libro Contra los hijos. Pese a su larga trayectoria, a Lina la conocí recién este verano, precisamente por este último libro, que ha sido súper ventas y súper comentado, porque trata de un tema siempre polémico, la maternidad. Sin embargo, esta vez para comenzar quise animarme con una novela, así que la compré en la Catalonia sin dudarlo mucho.
Sangre en el ojo es un torbellino de palabras, un monólogo interior, de esos que se dicen siempre en voz baja, porque no queremos que el resto nos escuche: ya sea porque estamos pidiendo mucho, reclamando mucho, o bien siendo egoístas o ambiciosxs. En esta impulsiva narración, Lina -la protagonista- compone un relato testimonial sobre cómo va perdiendo la visión de un ojo, luego de otro, y lo único que logra ver al final es sangre: “Pero no era fuego lo que veía sino sangre derramándose dentro de mi ojo. La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca. La más inaudita. La más espantosa. Sangraba a borbotones pero solo yo podía advertirlo”. Esto comienza en casa unos amigos en Nueva York, porque Lina e Ignacio, su compañero, viven allí, mientras construyen y arreglan sus vidas como pueden, en una ciudad que les sirve, pero también les es extraña. La ceguera de Lina explota como una bomba, cuyos pedacitos esparcidos por el suelo, por la ventana y las puertas, no logran juntarse, porque quizás ya estaban rotos de antes. La ceguera como una crisis personal que se cruza con todo.
La novela se estructura en capítulos cortos, de 2 a 4 páginas como mucho, lo cual hace de la lectura un acto rápido, pero cómplice, que te invita a seguir leyendo. Lina -las dos Linas- nos hablan de la vida, de la familia, de la dependencia y del amor. ¿Pero es que acaso no estamos rodeados de todo eso? La dependencia es, a mi modo de ver, el hilo conductor, el hilo que intenta juntar estos pedacitos desparramados. Su relación con Ignacio se intensifica, sufre mutaciones, pero sabe que él siempre estará para ella. “La misma soledad ahora compartida con Ignacio. Todo seguía igual y sin embargo todo parecía radicalmente transformado”. El amor que le profesa Ignacio es un amor capturado y prisionero, pero que duda: “Me haces sentir terriblemente solo [...] No quiero sentirme solo contigo, dices con solemnidad, porque yo no tengo a nadie. No me quedan padre, no tengo hermanos, ya no confío en mis amigos. Tú eres lo único que tengo y ni siquiera estoy seguro”. Lina se muestra fuerte, sin embargo, no logra abrirse a él, y termina por dominarlo todo.
En esta erizada aventura, la protagonista va buscando el diagnóstico preciso que le indique por dónde continuar su vida, pero al mismo tiempo va alejándose del consejo de sus seres cercanos, con una arrogancia que perturba pero que aceptamos, porque ¿cómo proceder ante este estallido de injusticia? Lina aparece como un personaje frío, codicioso, en donde ella es el centro y todo gira a su alrededor. Me llamó la atención su relación con su familia. Al volver por unos días a Chile, junto a Ignacio, Lina parece incómoda con tanto amor y atención de pronto. Con cada uno de sus padres va reconstruyendo una relación compleja, que es como globo de helio que flota y que puede escaparse en cualquier segundo al menor descuido. La relación con su madre estremece porque es de constante enfrentamiento: “Sintiendo que se levantaba una rabia vieja, un terror visceral del que nunca me había separado, podía olvidarlo que ahí estaba siempre mi madre para traerlo de vuelta y amedrentarme con su propia angustia”; mientras que con su padre baja los brazos y parece rendirse: “Mi padre era la única persona capaz de hacerme flaquear, pero yo había aprendido a blindarme”. Lina rabiosa y ofendida, no logra estar en paz, los abandonó a todos, buscando a alguien con verdadera vocación de sacrificio, con la necesidad de amar: Ignacio.
La inmigración y quedar ciega en una tierra diferente a la tuya. La ceguera y la imposibilidad de trabajar porque eres escritora. Estar ciega y volver a casa, a tu casa, a tu Chile que te espera con los brazos abiertos pero desconfiado, porque sabe que no te quedas para siempre, porque sabe que eres visita, pero a pesar de todo la tierra tira, como dicen; la tierra tira y se te tira encima para no dejarte ir. Quedar ciega y necesitar descansar en Ignacio, pobre Ignacio, que sufre con tus imposiciones y deseos, Lina. Eres su ama, pero te vas transformando en un peso diario, voluble y antojadizo, caprichoso e inconstante.
Éste es un libro que atrapa, sus primeras páginas se leen con mucha fuerza y precisión. Tiene frases imponentes, autoritarias, y que al leerlas sentía que las iba diciendo en voz alta, recitándolas, superando la prueba de leer una novela en voz alta. Ay, Lina, me hiciste leer gritando, ansiosa e impaciente, con rencor. Porque al final todo es mejor así, ¿no?, todo corrompido e insolente, descompuesto, en donde el cambio es lo único que persevera. “Y a la mañana siguiente subiste las persianas y te sentaste frente a mí a esperar que despertara, no sé si de sueño o de mi vida”.
Portada del libro Pgs.: 177 Editorial: Literatura Random House |
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