jueves, 13 de diciembre de 2018

Temporada de huracanes (2017), de Fernanda Melchor

"Como cuando era niña y todo el pueblo creía y esperaba y hasta rezaba para que La Bruja se muriera enseguida, para que no sufriera, que porque tarde o temprano el diablo iba a venir a reclamarla como suya y la tierra se partiría en dos y las Brujas caerían al abismo, derechito al fuego del infierno"

Este libro me llegó el día de mi cumpleaños, gracias a mi amiga Meli, quien amorosamente me regaló su lectura. Reconozco que lo chutié varias veces antes de tomarlo en serio; mis razones: desconocía a la autora, la portada del libro era un tanto amarga y tenía otras cosas que hacer jaja. Un día lo vi en mi repisa y pensé “¿por qué no?” Y empecé a leer y leer y leer. 

Leer a Fernanda Melchor es un huracán de emociones. En Temporada de huracanes explora sin sutilezas el desamparo, la soledad, la injusticia y el abandono social. Es un libro escrito desde la desesperanza, no apto para todxs, porque de verdad contiene escenas cuáticas, en donde al leerlas mi cara se iba desfigurando mientras mis ojos leían pasajes oscuros y extraños. Este libro me provocó; ésa fue su misión: ponerme en un estado de incomodidad, en donde al final no podía ser indiferente frente a lo que leía.

Genia, Fernanda.
Fernanda Melchor es una joven periodista mexicana. Su primer y aplaudido libro Aquí no es Miami recoge relatos sobre el México oscuro, indolente y salvaje, que ya quiero leer; no porque sea una drama queen en sí, sino por la prodigiosa narradora que descubrí! Fernanda es una de las escritoras mexicanas más reconocidas en la actualidad, aplaudida y celebrada por su pluma incisiva y penetrante, ha ganado diversos premios de cuento, ensayo y crónica.

Ahora al libro. Temporada de huracanes nos traslada a La Matosa, un pueblito perdido en México. Ahí, la autora, a través de distintas voces, narra la vida y experiencias de una serie de personajes abandonados a su suerte. Abandono que cruza múltiples ejes: el familiar, social y estatal, en una especie de “pueblo sin ley”, sin lazos emocionales fuertes y sin un Estado que vele por la seguridad social. En esta atmósfera de desamparo aparecen el Luismi, el Brando, la Lagarta, la Norma y, por supuesto, La Bruja. Son personajes sumidos en vicios y adicciones variadas, víctimas y victimarios, haciendo cosas increíbles, en un contexto de vulnerabilidad hartante, en donde parece tan difícil juzgarlos, ¿cómo?, si están ahogados en la decadencia.

Las historias familiares cobran especial relevancia en el libro. Hay hermanos, primos, madres e hijos, padrastros e hijastras, mezclándose continuamente, obvio, “pueblo chico, infierno grande”, reza el dicho. Las tramas familiares son escalofriantes, en donde ni siquiera la familia ofrece un lugar de salvación, porque ¿acaso lo que conocemos de las familias se trata de pura construcción social? “Le daban ganas de sacar al niño a patadas de la cama, de golpearlo y jalarlo de los cabellos hasta que aprendiera a limpiarse bien, pinche marrano; un día te voy a dejar en la calle, pa’ que te pierdas, pa’ que te roben; voy a sacarlos a todos de las greñas para que se los lleven los robachicos, a ver si así dejan de estar chingando”. Se trata de parientes y seres que imploran amor, a cambio de todo.

La Bruja es, aparentemente, la protagonista del libro; el ser que encarna todo lo anterior y nos deja entrever su humanidad, mientras ayuda a las mujeres -putas y malas madres- a encontrar el amor a través de conjuros y hechizos de mala fama. La Bruja aparece como “una grosería de criatura”, como la hija del diablo y vaya que se le parecía: “nadie conocía su verdadero nombre. Decía que no tenía, que su madre no más le chistaba para hablarle o la llamaba zonza, cabrona, jija del diablo, le decía, debí matarte cuando naciste, debí tirarte al fondo del río, pinche vieja, pinche culera”. La Bruja también va mutando a lo largo de la historia, primero, como mujer, luego como hombre travestido, enamorado de los chiquillos del pueblo. Pese a todo, La Bruja es temida y respetada: los hombres buscan sus servicios y las mujeres sus conjuros de amor eterno. Fernanda, genia, ¡se da el lujo de moverse por el travestismo!

A través de un lenguaje tan puramente mexicano, la autora nos va poniendo constantemente a prueba porque nos enfrenta a unas historias tan crudas como reales. Es, definitivamente, un libro que me tocó, me puso incómoda y me hizo sentir, ¿cómo ser indiferente ante la miseria y la misoginia que permeaban todas las relaciones del pueblo? ¿Cómo no pensar que, en realidad, la historia de estos personajes no difiere de la historia en cualquier “pobla” de acá? Es un libro que retrata la violencia a través de la incomprensión de protagonistas que solo buscan su lugar en la vida, o en La Matosa. Porque como dice una voz del libro, “Porque a fin de cuentas cada quien hace en esta vida como quiere y cómo puede, ¿verdad?”.

El talento de Fernanda es francamente aplastante: te toma con la historia y no te deja hasta que la terminas. El relato que mezcla crudeza y modismos mexicanos resulta teatral y dramático, en donde hay diversos narradores, cada uno, en un capítulo, dando paso a la historia personal de alguno de los personajes. Es este lenguaje natural el que me mantuvo siempre atenta. ¡Gracias, Meli, por regalarme esta lectura! Me gustó mucho este libro. Ojo, no apto para moralistas: lo recomiendo a todos quieren salir un ratito de su zona de confort, porque vaya que es necesario conocer y permearnos de otras realidades.


Portada del libro
Editorial: Random House
Pgs: 222