lunes, 20 de mayo de 2019

Atlas de geografía humana (1998), de Almudena Grandes

"Mi Vida, como una enorme caja de cartón envuelta en papel rojo, brillante, asegurado por docenas de cintas de colores que explotan en sofisticados lazos y serpentinas… Mi Vida, como un enorme paquete lleno de cosas al que apenas he pellizcado una esquinita del envoltorio"


Rosa, Marisa, Fran y Ana son cuatro mujeres que en apariencia tienen poco en común, pero Almudena Grandes las logra unir en esta novela tan bien escrita. Es interesante cómo la autora conecta la vida de estas mujeres, quienes solo tienen como escenario común la editorial en donde trabajan elaborando un atlas de geografía que sale por fascículos en kioskos y librerías, ¡cómo no recordar ese tipo de libros coleccionables de los noventa! 

La autora nos cuenta sobre la construcción de la imagen que estas mujeres tienen de sí: lo que fueron, lo que son y lo que les gustaría llegar a ser. Son mujeres en sus últimos treinta y comienzos de los cuarenta, situadas en esa supuesta etapa de la vida en donde ya han recorrido un buen tramo y, sin embargo, todavía queda otro más largo aún para poder decidir si lanzarse a eso que añoran o no: “Y me propuse avanzar un poco más a través de aquella historia dorada y dulce, crujiente y luminosa, días que habitan en la esquina más feliz de mi memoria”. De esta manera, mientras investigan, buscan materiales, mapas y fotografías para armar el Atlas, Rosa, Fran, Marisa y Ana se encuentran a sí mismas, se encaran y se cuestionan por primera vez.

La historia se concentra en Madrid, aquella ciudad a la que tanto cariño le tengo. Era tan bonito porque de pronto era como estar ahí mismo: las calles Gran Vía, Callao y Mayor, en pleno centro madrileño, pero también el Parque El Retiro, el FNAC y las chocolaterías San Ginés, junto a las estaciones Lavapiés, La Latina y Antón Martín. La editorial quedaba en un antiguo barrio, y sus empleados solían almorzar en el Mesón de Antoñita, pequeña picada con sus típicos menús de comida casera. Todo estaba ambientado en esta maravillosa ciudad: “¿Quieres que salgamos a tomarnos una caña?, entonces sonreí y le dije que sí, porque nada en el mundo me gustaba tanto como escuchar aquellas palabras, salir, tomar una caña, ir de copas, ¿qué le pongo de tapa?, dar un paseo, ver escaparates, sentarse en una terraza, disfrutaba de todo [...] Y criticar, aconsejar, cotillear, pasear un poquito, echar un ratito de charla, dar una vueltecita, jugar una partidita de mus, tomarse un cafecito, unos chocolates, unos churritos; en una ciudad donde hay tanto placeres pequeños que nombrar con diminutivos, y tanta gente, tantos bares, tantas calles, tantas millones de maneras de saber perder el tiempo, lo echaba todo de menos”. Ay, Madrid <3 Y esto me hizo escuchar a Vetusta Morla.

Almudena Grandes (Madrid, 1960)

Hablar en nombre de cuatro mujeres diferentes es lograr dar voz a cada una de ellas, hacerlas diferentes entre sí y remarcar esa diferencia no solo por lo que cuentan, sino también, y muy importante, por cómo lo cuentan: en dónde se caen, cómo enfatizan sus problemas y cómo expresan su andar. Almudena consigue dar vida a sus personajes, y logramos admirar su valentía, pero también sus miserias y miedos; lo que hace la autora, al fin y al cabo, es desnudarlas, ponerlas en ese incómodo lugar en donde ellas hablan y nos cuentan cosas ocultas y humillantes: en sus roles de amante, de madre, de hija, de compañera, de paciente, de mujer que se da cuenta de que tiene una vida propia, buena o mala, pero suya al final de todo: “Tú y yo nos llevamos tan bien porque los dos somos pequeños, insignificantes, el tipo de gente a la que jamás le toca la lotería, ninguna lotería… ¿Tú te has dado cuenta de lo poco que necesitan algunos para ser felices? Cosas que nosotros tenemos, un trabajo, un sueldo, una casa...”. Las protagonistas no comprenden por qué les cuesta tanto ser feliz, y por qué los días pasan tan rápidamente, como máquinas, escapando de su control, como si fueran de humo o de gas. “Yo solo quiero flotar, y por más que esté dispuesta a retorcerle el cuello al azar para conseguirlo, nadie parece dispuesto a pasarme la receta”. Al principio me costó seguirles el paso y reconocer cuál voz era de quién de ellas, y tuve que anotar en una hojita sus principales características, si no no iba a poder seguir el ritmo de la novela, y  al final ¡fue una muy buena idea!

Leer este libro es un poco como la nostalgia -o Natsukashi, ese concepto japonés que aprendí de Amelie Nothomb para designar a la nostalgia feliz-. Y de pronto, zaz, te imaginas el año 98 con sus kioskos plagados de revistas y enciclopedias coleccionables, te imaginas paseando por Madrid, te imaginas a tu mamá o tu tía, o a ti misma en algunos años más. Porque no creo que lo hago en este blog sean solo reseñas, si no más bien hablo de mí a través de los libros que leo. Estoy en una etapa de pura autorreflexión, por eso escribir en este blog se ha vuelto algo tan importante. Como dice Fran en el libro: “El problema es que siempre he creído saber quién era y no estoy muy segura, en cambio, de saber quién voy a ser”. Este libro me encantó (aunque, siendo honesta, creo que algunas páginas estaban de más, y eso podría aburrir a más de alguna persona), porque son temas y lenguajes que me son cómodos, me gustan los libros más intimistas: algunos logran tocar mi fibra más escondida, no los puedo dejar y siento que mis mejores escritos/reseñas están dirigidos hacia ellos; se nota cuando uno me vuela la cabeza y no soy nada disimulada. En el fondo, detrás de las cosas más sencillas están los más grandes dramas, tal como en este libro, en apariencia simple pero intensísimo.

Almudena Grandes logra armar una historia tan sincera y tan bonita; llena de hermosas metáforas y percepciones sobre el ser humano, principalmente desde los ojos de estas mujeres. Algunas frases me llegaron directamente al corazón -sí, siempre cursi, nunca incursi- mientras yo pensaba ≪sí, esto es lo que ocurre≫, como una especie de manifestación o epifanía, solo que antes yo no tenía esas palabras para explicarlo, pero gracias a Almudena ahora sé que existen. “Me pedía ayuda y yo sólo tenía amor, un amor infinito e inútil, porque tanto amor ya no era suficiente. Me pedía ayuda, y yo solo podía abrazarle, devolverle el dolor y su silencio”. Este libro entra definitivamente a mi lista de favoritos; Almudena nos cuenta que sí es posible ser imperfectx, que estas mujeres se equivocan, sufren, se arrepienten de mil cosas, y se aburren de sus vidas, mientras siguen persiguiendo la felicidad, siempre esquiva. Y sin embargo, como nos dice Ana al final del libro: “Pero, a veces, las cosas cambian. Parece imposible, es increíble, pero a veces pasa”. 

Ya sé que mi próxima cita con esta grande será Malena es un nombre de tango, no sé por qué.

Portada del libro
Pgs.: 603
Editorial: Tusquets

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