lunes, 14 de febrero de 2022

El invencible verano de Liliana (2021), de Cristina Rivera Garza

“Veintinueve años, tres meses, dos días. Una hermana mayor que busca justicia para Liliana, su adorada hermana”

 

Cristina Rivera Garza decide emprender esta investigación sobre el feminicidio de su hermana, casi treinta años después de su asesinato, y lo hace con una fuerza y obstinación fascinantes. Este es otro de los libros que leímos en @sobremesa_talleres, en el club de verano de este año, y fue el que más disfruté. Lo tomé un viernes y lo terminé un domingo, no podía parar de leerlo. 

La autora, reconocida escritora mexicana, se aproxima a lo más doloroso que ha vivido: la muerte de su hermana menor a los veinte años, en manos de Ángel González Ramos, una ex pareja. Parece difícil leer una historia así, sin embargo, la genialidad de Cristina hace que la lectura sea un paréntesis y te ubique en otro marco temporal y espacial. Aquí mezcla distintos elementos para dar forma al libro: sus expediciones a la Ciudad de México, buscando los expedientes judiciales de la muerte de Liliana, los relatos de sus amigos de la UAM en donde estudiaba arquitectura, los recortes de diarios y noticias de la época, sus impresiones y también las de sus padres. Esta mezcla de voces va recorriendo la vida de Liliana: una chica especial, con muchas ganas de vivir y explorarlo todo; una chica inteligente, de comentarios irónicos, con gran sentido del humor y, por sobre todo, luminosa; capaz de generar toda una comunidad de amigos, capaz de crear un mundo interior tan apasionante como orgánico y estructurado.

Cristina Rivera Garza (1964). Galardonada con diversos reconocimientos: el Premio Anna Seghers, Premio Sor Juana Inés de la Cruz y Premio Roger Caillois, entre otros. 
Pero también están los diarios y las agendas de Liliana, todo el material autobiográfico que ella dejó, y que la autora decide mostrar como una voz en sí misma: la voz de Liliana. “¿Qué se hace con los objetos de los muertos?”. Las cajas que guardaban la historia de Liliana fueron abiertas por primera vez después de treinta años. En ellas había cuadernos, notas, recortes, planos, cartas y tantas cosas más, en donde la joven anotaba sus días, deseos y temores. En sus diarios es posible advertir la increíble capacidad de su lenguaje para decir y omitir, al mismo tiempo, sin dejar evidencias sobre lo que ocurría. En sus diarios se muestra como una joven enamorada de su libertad, como una mujer que confiaba en que otras formas de amor y de mundo eran posibles, pero jamás habló abiertamente de la violencia de género que sufría. 

Cristina Rivera Garza nombra lo que solo hace unos pocos años tiene nombre: el feminicidio, y es que “llamar las cosas por su nombre requiere a veces inventar nuevos nombres”. ¿Estaría en 1990 una mujer de veinte años capacitada para reconocer las conductas de un depredador? Se pregunta la autora. Seguramente no. “Liliana decidió no hablar, o no pudo hablar, o no tenía lenguaje para hablar de eso”. Y es esto lo que el feminismo ha traído a nuestras vidas: nuevas perspectivas para las luchas de siempre, y la búsqueda de justicia allí donde se nos ha negado. Debido al feminismo hemos sido capaces de crear un lenguaje lo suficientemente concreto para describir y nombrar el feminicidio. 

Pero en 1990, la falta de lenguaje hizo que la autora y sus padres debieran guardar silencio ante la muerte de Liliana, tanto como una forma de protegerla como también como forma de protegerse a sí mismos; tuvieron que refugiarse en la familia, para no exponerse al morbo, a las acusaciones, a las miradas de los vecinos, “porque estábamos muy solos. Porque nunca estuvimos tan huérfanos, tan desasidos, tan lejos de la humanidad. Más solos que nunca en una ciudad feroz que se nos vino encima con las mandíbulas poderosas del machismo”.

Las hermanas Rivera Garza
Un feminicidio es también un duelo. ¿Podemos ser felices mientras vivimos en duelo? “Es mentira que el tiempo pasa. El tiempo se atora”. El relato de Cristina es desolador: la pena, el miedo, la rabia contenida, todo explota después de tantos años. Pero también lo hace desde la minuciosidad, desde su posición de investigadora. Y lo hace como un “festejo a su vida, una conmemoración de su paso por la tierra”, como lo dice en una entrevista reciente. Lo notable de este libro es que hay mucha admiración y respeto hacia las múltiples facetas de su hermana, por eso intenta completar su vida desde distintas aristas: “yo creo profundamente en esa Liliana. Yo amo profundamente a esa y a todas las Lilianas”. Y esta decisión metodológica es crucial para salir de los esencialismos. Ante todo, Liliana era una joven que podría equivocarse, que podría ser contradictoria. Y entre ellas, eran hermanas, eran amigas, eran cómplices, y también polos opuestos. 

Cristina se observa a sí misma en la labor de archivista de la vida de su hermana y de todo lo que sus ojos y manos captaron alguna vez: memorias, pensamientos y poemas, pero también actividades comunes y corrientes, como listados de canciones y notas sueltas. Conocer la historia de Liliana a través de la reconstrucción que hace la autora es también un recorrido ante los cambios societales: lo que hace treinta años era ocultado y menospreciado, hoy busca salir a la luz, porque la sanación y nuestras muertas por la violencia de género exigen y merecen justicia.

Portada del libro
Editorial Random House


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