Desde su lanzamiento, “Qué vergüenza” ha sido unánimemente aclamado por la crítica nacional, siendo su autora, Paulina Flores, catalogada como una de las jóvenes promesas de la literatura latinoamericana contemporánea. Distinción que hizo que la editorial barcelonesa Seix Barral pusiera sus ojos en ella y así publicar esta obra en España y otros países como México, Colombia y Argentina. Paulina Flores estudió Literatura en la Universidad de Chile, pero en varias entrevistas señala que su decisión de entrar a estudiar esta carrera fue más bien al azar, pues, nunca fue una asidua lectora, ni tampoco su familia. Más mérito, entonces. Paulina es una escritora que observa, que anota, que trabaja y que construye historias increíbles como los cuentos “Qué vergüenza”, “Espíritu americano”, “Tía Nana” y “Últimas vacaciones”, al menos mis favoritos de este libro.
El relato de Paulina me gustó mucho. En general, no me gustan mucho los cuentos. Tengo varios libros de cuentos en casa sin leer, porque prefiero enganchar con historias más largas. Pero esta vez me pasó algo diferente: desde el primer cuento, que da nombre al libro, “Qué vergüenza”, quedé entusiasmada con la forma de escribir la historia: personajes entretenidos, un rollo contundente, un final inesperado. Estos elementos me animaron a seguir, y así, hasta que pude leer los nueve relatos, de los cuales me gustó la mayoría. Llegué a este libro por la página BuscaLibre, apareció en oferta y hace rato lo venía escuchando, así que lo compré.
La talentosa Paulina |
Respecto a la narración, en el libro hay varios cuentos que son narrados en primera persona, y cada una de esas voces logra destacar como una distinta, es decir, en cada una de ellas se nota la unicidad del/de la protagonista: completamente identificable, ya sea en su tono, sus acciones o pensamientos. Por otro lado, los cuentos narrados en tercera persona se centran en un solo personaje principal, que es como si éste lo fuese relatando. Eso sí: todxs son personajes corrientes, habitantes y vecinxs de Independencia, Talcahuano y Quilicura –un “Chile real”, podrían decir algunxs. Son personajes que nos muestran hechos cotidianos, pero relevantes: un padre sin trabajo que ve cómo su masculinidad es cuestionada por su familia, niñxs que crecen y comienzan a comprender las “cosas de grandes”, una joven trabajadora explotada en un local de comida rápida, una veinteañera que regresa al hogar materno luego de una ruptura amorosa, o adolescentes de provincia que sueñan con ser estrellas de rock... En todxs ellxs aparece la soledad, pero también la familia: una madre, una tía, una prima, un padre, un hijx… Son historias en donde las generaciones se entrecruzan constantemente para recordarnos que al final, al parecer, eso es lo único que tenemos, o nos queda...
En el libro hay encuentros y desencuentros, desilusiones y momentos de inflexión entre la inocencia y la vida adulta. ¿Cómo nos hacemos cargo de nuestras emociones, de nuestras responsabilidades y vivencias? Paulina remata sus finales siempre con una pregunta disimulada. Son finales inesperados, o que nos dejan pensando, ¿cómo actuaríamos nosotrxs?, ¿qué tan honestxs somos hacia nosotros mismxs? Los secretos que cada persona puede guardar son ilimitados, insospechados, siempre moviéndose entre la humillación y la sorpresa, tal como señala la protagonista en “Espíritu americano”: “Me sorprendí, me dio rabia y me entristeció, pero dejé que me tomara la mano. Y lo hice por la propina, porque era gringo y los gringos siempre dejaban buenas propinas y porque supuse, en ese breve instante, que si me mostraba molesta no sería así. Así que dejé que un anciano me tomara la mano, por dinero. Puede parecer ridículo, pero nunca se lo he contado a nadie [...] Lo que haces es engañarte. Engañarte muy bien, tan bien que terminas por olvidarlo”.
Algo que me gustó mucho –y aquí viene mi lado sociológico- es que Paulina no intenta embellecer la realidad que narra. Más bien al contrario. Nos habla de derrotas y desilusiones, pero también de orgullo y fortaleza. Nos habla de familias chilenas de clases medias, aquel segmento heterogéneo en donde todxs tienen cabida, en donde la meritocracia, el arribismo, el esfuerzo y la frustración se llevan en la cultura. Paulina refleja todo lo anterior de manera pulcra y sincera, sin caer en estereotipos o personajes estándar, en donde podemos reconocer-nos: “Vivíamos en una de las poblaciones más pobres de una de las ciudades más feas del país: la Santa Julia, en Talcahuano [...] Pero a nosotros no nos molestaba vivir en un lugar que la gente consideraba feo, todo lo contrario, al menos yo me sentía extrañamente orgulloso”. Las variadas clases medias –nunca una sola– narradas por la escritora son aquellas que se tambalean, aquellas que nunca pueden descansar; de madres y padres cansadxs, que viven en blocks o viviendas sociales o que no tienen trabajo, y con ello tampoco un destino claro. Se trata también de un segmento en donde a veces incluso los hijxs se avergüenzan de sus padres y sus orígenes; es la identidad continuamente construyéndose/decostruyéndose: “Quise mirarla también, pero la única imagen que se me vino a la cabeza fue la de mi mamá. La de mi verdadera mamá, mi mamá fea”.
Sin embargo, en el relato de la autora no hay resentimientos ni crítica social; sus personajes son seres reales que habitan y deambulan por las poblaciones y villas. Son sujetos contemporáneos, frecuentes y habituales que sienten miedo, amor, y que añoran una vida mejor, en donde cada pequeño detalle puede ser muy importante/determinante. Los relatos son muy íntimos, a veces alegres, a veces triste, y esa nostalgia es precisamente lo que más me conmovió, como la amargura resignada que señala un joven al mirar su pasado familiar: “Mi madre se había ido, me había dejado solo en la casa, echado a mi suerte junto a un hombre moribundo. Todos lo sabían menos yo. Hasta mi hermana chica lo sabía, y había intentado advertirme, pero yo no la escuché”. En "Qué vergüenza" al parecer no hay finales felices. Un poco, para algunxs, la vida misma, ¿no?
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