Daré inicio a
este blog con el último libro leído: En el camino (On the road). Hace tiempo que tenía curiosidad por leer este libro,
así que lo encargué a la grosa página de The
Book Depository y demoró más o menos un mes en llegar a casa. La verdad es
que empecé a leerlo hace algunos meses atrás y avancé unas cuantas páginas,
pero no enganchaba con la historia, se me hacía pesada y confusa y ahí quedó.
Sin embargo, decidí darle una segunda oportunidad después de harto tiempo sin
tomarlo y así comenzar de cero. Creo que fue una buena decisión, porque la
segunda vez que pesqué el libro no lo solté hasta terminarlo.
En el camino es
un libro publicado originalmente en inglés el año 1957 por el escritor y poeta
norteamericano Jack Kerouac (1922-1969). El libro, con marcado carácter
autobiográfico, narra las andanzas del entusiasta Sal Paradise (el álterego de
Kerouac) mientras recorre los Estados Unidos a bordo de autos y camiones ajenos,
siempre en busca de nuevos estímulos y
amistades. La novela relata, en cinco apartados, los cinco viajes que realiza
Paradise antes de 1951, y comienza con la llegada a Nueva York del extraño y
misterioso Dean Moriarty (Neal Cassady en la vida real), el mítico hipster, un
tipo loco que irradia mucha energía y que rápidamente seduce a Paradise. “Con
la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi
vida en la carretera”. A lo largo del relato en primera persona de Sal Paradise
nos internamos de manera intensa en la carretera, la cual representa un estilo
de vida romántico y bohemio: sin restricciones, ni reglas, ni comodidades, pero
sí mucha libertad y camaradería.
En la vida real: (de izq. a der.) Neal Cassady y Jack Kerouac |
A medida que avanzamos la lectura nos vamos encontrando con nuevos y estrafalarios personajes –como Chad King, Carlo Marx, Marylou, Tim Gray, Ray Rawlins, Elmer Hassel y Camille, entre muchísimos otros–, cuyas historias se entrelazan sucesivamente a lo largo y ancho del país –desde Nueva York, pasando por Chicago, Cheyenne, Denver, San Francisco, Texas, San Luis, hasta llegar a México DF. Y quizás a aquello se deba mi confusión inicial, puesto que eran demasiados nombres y lugares que recordar.
En el camino se
articula, principalmente, a mi modo de ver, en torno a la intensa amistad que
traban Sal y Dean. En toda la novela es posible apreciar el profundo
sentimiento de admiración que Dean despierta en Sal, llevándolo a iniciar sus
viajes en la carretera. Sal es un joven escritor que vive tranquilamente con su
tía en Nueva York, mientras que Dean es un alocado vagabundo que ha pasado por
distintos reformatorios y que acostumbra a robar autos; sin embargo, sus
caminos se unen y desunen, y eso no lo olvidarán jamás. El amor que Sal siente
hacia Dean es fiel, único, desinteresado, pero por sobre todo no correspondido:
Sal es capaz de renunciar a todo para poder disfrutar de la carretera con Dean,
pero éste llega a deshacerse de él en cuanto se le presenta la ocasión. "Tuve de pronto la visión de Dean, como un ángel ardiente y tembloroso y terrible que palpitaba hacia mí a través de la carretera, acercándose como una nube, a enorme velocidad persiguiéndome por la pradera como el Mensajero de la Muerte y echándose sobre mí. Vi su cara extendiéndose sobre las llanuras, un rostro que expresaba una determinación férrea, loca, y los ojos soltando chispas; vi sus alas; vi su destartalado coche soltando chispas y llamas por todas partes; vi el sendero abrasado que dejaba a su paso: hasta lo vi abriéndose camino a través de los sembrados, las ciudades, derribando puentes, secando ríos. Era como la ira dirigiéndose al Oeste. Comprendí que Dean había enloquecido una vez más". La amistad entre ambos personajes es el motor que hace andar a esta novela, porque ésta es también la evolución de una larga y extraña amistad.
Las casi
cuatrocientas páginas de En el camino están colmadas de anécdotas, propósitos y
despropósitos. Cada nueva página trae consigo una historia nueva y escenarios
distintos. Creo que allí radica la particularidad de esta novela, pues es capaz
de mantener nuestra atención sin la necesidad de narrar hechos demasiados
extraordinarios, sino que lo hace mediante una novedosa forma de nombrar lo que
todos conocemos.
En este sentido,
debo señalar que me llama mucho la atención el singular estilo de escritura que
utiliza Kerouac. Sin siutiquerías ni prosas rimbombantes, esta obra está escrita
de manera espontánea y con un lenguaje muy coloquial, no olvidemos que intenta
representar a toda una generación fuera de la norma norteamericana de ese
entonces. A menudo, me encontraba con palabras o frases que no entendía del
todo, y es que esta edición (de Anagrama) es española, por lo tanto, la
informalidad original se transforma en informalidad española, no siempre
entendible de buenas a primeras. Es importante mencionar que Jack Kerouac tardó
solo tres semanas en escribir En el camino, un viaje que realizó durante casi
siete años. De ahí que se pueda desprender esta sencillez en la escritura y la
poca preocupación por el lenguaje estético.
En el camino
ocupa un lugar muy importante en la literatura estadounidense. Estamos frente a
un libro atrevido y turbador, en el cual la carretera aparece como escuela y
como educación frente a la conservadora y exitista sociedad estadounidense de
mediados del siglo xx. Estos jóvenes representan la respuesta de la dolida
sociedad de la posguerra, aquella que intenta encontrar el sentido de la vida a
través de actitudes y escenarios poco convencionales. A través del relato van apareciendo y
desapareciendo constantemente los suburbios y ‘extrañas’ costumbres de negros y
latinos, retratados como formas de vida opuestas al American way of life, de las cuales los protagonistas se nutren y
toman ciertos elementos. El retrato de lo feo y lo sucio de la sociedad
estadounidense, a través de las drogas, el sexo y la pobreza, es uno de los
elementos más poderosos de esta novela, pues intenta encumbrar una
contracultura opuesta a la artificialidad y consumismo reinantes. Esta
sensación de vacío es ilustrada en la siguiente cita: “Y quería ser negro,
considerando que lo mejor que podría ofrecerme el mundo de los blancos no me
proporcionaba un éxtasis suficiente, ni bastante vida, ni alegría, diversión,
oscuridad, música; tampoco bastante noche. Me detuve en un puesto donde un
hombre vendía chiles en bolsas de papel; compré un paquete y me lo comí
paseando por las oscuras calles misteriosas. Quería ser un mexicano de Denver,
e incluso un pobre japonés agobiado de trabajo, lo que fuera menos lo que era
de un modo tan triste: «un
hombre blanco»
desilusionado”. Viajes sin sentido en busca de algo: Dean como viaje y el viaje
como libertad.
Portada del libro Editorial: Anagrama Pgs:396 |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario