domingo, 1 de junio de 2025

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), de Oliver Sacks

Uno de mis últimos libros leídos. Llegué a él gracias a un podcast sobre libros (Primer Párrafo en Spotify) que me tiene completamente enganchada, así que en cuanto lo vi en una librería lo compré, lo empecé y no lo solté más. El hombre que confundió a su mujer con un sombrero es una obra única: un conjunto de 24 relatos que mezclan ciencia, psicología y literatura, y en donde se exponen diversos casos clínicos —todos reales— que, más allá de describir enfermedades neurológicas, son verdaderas entradas a las complejidades de la mente humana. A través de una prosa original, el autor analiza cómo los seres humanos desarrollamos múltiples maneras de percibir, interpretar y habitar el mundo, es decir, cómo, pese a las dificultades, buscamos mantener a flote nuestra identidad y nuestra memoria.

Oliver Sacks fue un neurólogo británico-estadounidense, muy reconocido no solo por su labor médica sino también por su capacidad para narrar las experiencias clínicas desde un enfoque profundamente humanista. Sacks fue un médico curioso y con un talento increíble para explorar hasta las capas más profundas de la mente humana, combinando la observación científica con una capacidad literaria conmovedora.

La propuesta de Sacks se divide en cuatro apartados: (i) Pérdidas, que reúne casos de pacientes que han perdido funciones cognitivas, como la percepción visual o la memoria; (ii) Excesos, en donde el autor describe situaciones en las que se intensifican ciertas funciones del cerebro como los tics o el síndrome de Tourette; (iii) Arrebatos, que aborda alteraciones profundas en la conducta la percepción; y (iv) El mundo de los simples, último apartado dedicado a personas con agudas discapacidades cognitivas, pero con formas singulares de experimentar el mundo. En esta recopilación hay 24 pacientes cuyas enfermedades son narradas desde una perspectiva médica, pero con una atención especial a su experiencia subjetiva. Aunque muchos de éstos aparecen como “sujetos fragmentados”, desconectados de la realidad, cada uno lucha por preservar su sentido del ser, en una tensión constante entre lo consciente y lo inconsciente, lo exterior y lo interior.


Oliver Sacks (1933-2015)

Estos relatos se construyen a partir de conversaciones entre Sacks y sus pacientes, así como de anotaciones médicas sobre las enfermedades a las que se enfrenta. Muchos de estos casos llegan a Sacks a través de sus compañeros médicos y enfermeras, quienes solicitan su opinión y observación. En algunos pasajes, se cuestiona su rol médico: “Vacilé, con miedo a estar yendo demasiado lejos, a estar desnudando a un hombre hasta dejar al descubierto alguna desesperación oculta, inadmisibible, insoportable”. La resignación y la tristeza que percibe en algunos de sus pacientes lo inquietan, no solo por el proceso personal que implica cada enfermedad, sino también al reflexionar sobre la falta de comprensión y de apoyo social que les rodea: “Él quería, clara y apasionadamente, tener algo que hacer: quería hacer, ser, sentir… y no podía; quería sentido, quería una finalidad", en palabras de Freud: “trabajo y amor”.

A partir de esta lectura, vuelvo a una pregunta que siempre ronda mi cabeza y que la literatura me ayuda mucho a explorar: la identidad. Aquí, el autor se plantea una y otra vez qué es lo que queda cuando ya no podemos narrarnos a nosotros mismos. La literatura de no ficción como las memorias, los ensayos autobiográficos o los diarios parte precisamente de la premisa de que narrarnos es una forma de afirmar quiénes somos. Ya lo dicen tantas y tantos autores, como Rosa Montero, Susan Sontag y Natalia Ginzburg: a través de la escritura podemos expresarnos libremente y, además, nos creamos a nosotras mismas. Pero ¿qué ocurre cuando esa capacidad de narración y, por tanto, de construir una identidad se ve entorpecida por nuestro propio cuerpo, por nuestro cerebro, específicamente?

Es precisamente esta pregunta la que atraviesa todos los relatos del libro. Uno de los aportes más valiosos es cómo el autor logra entretejer los aspectos biológicos y psicológicos de las enfermedades: las distintas alteraciones neurológicas descritas afectan no solo funciones cerebrales específicas, sino también la manera en que los pacientes construyen su subjetividad, sus recuerdos y sus emociones. Estas afecciones modifican drásticamente la manera en que una persona se autopercibe y se relaciona con el mundo. Cuando este proceso se ve interrumpido, pareciera que algo esencialmente humano se rompe.

Sin embargo, Sacks afirma que sí, incluso en las pérdidas, en los incrementos y en las alteraciones de nuestras capacidades queda algo humano. Y busca, en cierta forma, romper con los modelos clásicos de la medicina, y encontrar respuestas en lo relacional. La pregunta filosófica por excelencia —¿qué nos hace humanos?— no se limita al cuerpo biológico, pues, también somos emociones, vínculos y significados. Lo humano está en la emoción, en lo sensorial, es decir, en los momentos significativos del presente, como cuando un músico con Alzheimer se conmueve intensamente al oír su obra favorita; pero también está en el vínculo y en los afectos, en la mirada del otro, en la dignidad y en el respeto, como cuando alguien que ya no puede comunicarse ni ser plenamente consciente de sí mismo, es igualmente cuidado, amado y respetado por sus seres queridos.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero trasciende el enfoque meramente médico. La obra es una visión conjunta de cuerpo y alma, lo que, a mi modo de ver, consiste en un homenaje a la complejidad de la mente humana y a la dignidad de quienes viven realidades mentales distintas a las normalizadas. Ojalá todo el mundo pudiera conocer este libro.

Portada del libro
Editorial Anagrama
328 páginas



martes, 20 de mayo de 2025

Yoga (2015), de Emmanuel Carrère

"Ayer, ademas de inquietarme me odiaba, lo cual es concederse demasiada importancia, pero eso es lo que pienso hoy. Soy cambiante, todos lo somos, el mundo es cambiante."


Este libro llegó a mí como regalo de Navidad hace unos años (aunque, siendo sincera, yo di algunas pistas para que me lo regalaran :p). Me costó enganchar: lo empecé y lo dejé, y recién lo retomé el otoño pasado. Pese a eso, Emmanuel Carrère sigue siendo uno de mis escritores preferidos, lo que tiene mucho que ver con mi afición por la no-ficción, ya sea en forma de memorias, diarios, crónicas o lo que sea. Carrère es un autor reconocido por sus biografías, reportajes y novelas, que suelen partir de un eje común: la autoficción. Y ahora que reviso mi blog, esta es la cuarta reseña que le dedico, y aún no he comentado los que han sido mis favoritos: De vidas ajenas y Limonov este último me parece, francamente, una obra maestra; me encanta la manera en que mezcla géneros para descubrir personajes tan inusuales como auténticos.

En Yoga vuelve a hacer algo similar, pero esta vez centrándose en distintos episodios de su vida. El relato comienza con una descripción detallada de su experiencia en un centro de meditación vipassana, en silencio absoluto durante 10 días. Al inicio, señala que buscaba escribir un libro ligero y sencillo sobre el yoga, pero el relato gira rápidamente: la depresión profunda, la hospitalización, los atentados al Charlie Hebdo, la crisis migratoria y una vida sentimental que se derrumba se intercalan con el detalle de las prácticas de yoga.

Casi todo lo que he leído de Carrère está escrito en primera persona, y este tono tan distintivo irónico, observador, a veces tan prejuicioso y narcisista lo hace extremadamente humano y revelador de pasiones que todos, en mayor o menor medida, intentamos mantener bajo control. Como él mismo declara: “Me gustaría ser un hombre bueno, ser un hombre volcado en los demás, me gustaría ser un hombre fiable. Soy un hombre narcisista, inestable, lastrado por la obsesión de ser un gran escritor. Pero es mi destino, es mi equipaje, hay que trabajar con el material existente y tengo que hacer la travesía dentro de la piel de ese individuo. Si al menos pudiese, sencillamente, mantener relaciones un poco más distendidas con él”.

El autor confiesa ser una persona egocéntrica, pero al mismo tiempo se expone vulnerable y, consciente de su posición de privilegio hombre blanco y burgués—, busca responder a la acusación de narcisismo que pesa sobre él como figura pública de interés. En Yoga se enfrenta a ese espejo, convirtiendo el narcisismo en materia literaria, cuyo tono atraviesa todo el relato. Puede ser incómodo de leer, pero la tensión es necesaria, a mi modo de ver, y puede llevarnos a la pregunta ¿es un testimonio o es una performance? Esta imprecisión incómoda y lúcida a la vez hace que valga la pena leerlo y discutirlo.

Emmanuel Carrère (París, 1957)


Carrère entrelaza su relato personal con enseñanzas y meditaciones orientales. Una cita que me impactó, por su fuerza y capacidad de síntesis, dice:

Según la tradición tibetana, los días que siguen a la muerte son mucho más cruciales que los que la preceden. El que acaba de morir penetra en un territorio intermedio, tenebroso, un laberinto psíquico cuya salida puede ser la liberación del samsara, también conocido con el nombre de la condición humana, es decir, una nueva encarnación, más o menos favorable, o sea, directamente el infierno. Esta twilight zone que todos debemos atravesar cuando muramos se llama el bardo”.

Considero que esta cita resume el núcleo del libro: la forma en que el autor transita esa caída a las tinieblas. Yoga se lee justamente como una travesía por un bardo contemporáneo, un viaje interno sobre la transformación y la pérdida de sentido. La narración está llena de momentos iluminados, pero también zonas densas y oscuras que parecen perder la forma narrativa errores, ironías, confusiones. Comprender la obra desde esta óptica, es decir, como un estado de transición, ayuda a entender lo que a primera vista parece una autobiografía errática y sin forma, en contraposición a la narrativa biográfica clásica.

El autor señala: “Escribir todo lo que se te ocurre sin desnaturalizarlo es exactamente lo mismo que observar tu respiración sin modificarla. En suma, es imposible. Sin embargo, vale la pena intentarlo”. Y es lo que ocurre: el yo narrador se disuelve, pasando de una narración introspectiva a una narración caótica, pero con aguda conciencia del sufrimiento, el deseo de sentido y también de las apariencias y la vanidad. Finalmente, en este caso, la escritura es lo único que ancla al sujeto y lo que le permite seguir siendo, combinando así el relato biográfico con una suerte de reportaje subjetivo, sin reglas fijas, cruzando las fronteras entre uno y otro género.



Portada del libro
Editorial Anagrama
320 páginas