lunes, 23 de diciembre de 2019

Leonora (2011), de Elena Poniatowska


"¿Valió la pena cambiar la mansión de Hazelwood por una buhardilla de estudiantes en Londres y desafiar el mundo de la mano de Max? ¿Hundir el rostro en el lodo del manicomio y viajar a México con Renato? ¿Vivir exiliada en un país que la desconcierta y la aprisiona? Sabe que lo volvería a hacer"

Leonora no quiso ser musa. No quiso ser guapa ni dócil. Quiso ser artista, libre, ferozmente ella. Leonora, de Elena Poniatowska, es más que una biografía: es el retrato sensible de una mujer que eligió el camino más incierto para encontrar su voz. Me costó tanto ponerme a escribir sobre Leonora; como nunca, lo dejé siempre para el final. Será porque es de esos libros que te hacen sentir y emocionarte. Para mí, Leonora es una oda a la libertad y a la creatividad. Un modo de ver la vida y enfrentarse a ella. Más que una biografía de la artista surrealista y escritora inglesa, Leonora Carrington, se trata de un fascinante relato sobre la búsqueda interior, reconstruido por la mexicana Elena Poniatowska, a punta de entrevistas y mucha documentación.

Desde pequeña, Leonora desafió todo lo que se esperaba de una niña o de una mujer: lo que debía hacer, decir o incluso pensar. Al ser la única hija mujer tuvo que lidiar con la presión familiar de seguir una vida centrada en el hogar, pero siempre se salía con la suya, intentando vivir la vida más auténtica posible, explorando nuevas formas de vivir y habitar este mundo. Fue una soñadora que rompió moldes para su época, y vivió una vida distinta a la que querían sus padres para ella. “No es una locura, es un experimento. ¿Nunca hiciste experimentos, mamá?”


Max Ernst y Leonora.
En el periodo entreguerras, Leonora vivió en Londres y Paris, conoció a su primer gran amor -el artista francés Max Ernst-, entró en contacto con el círculo surrealista y reafirmó sus convicciones, porque finalmente todo lo que soñaba de niña y de adolescente se convierte en algo real: “así que todo lo que yo buscaba existe, lo que a mí me atrae, también le importa a otros”. De tal forma, se da cuenta que no estaba errada en su sueño, tan solo tenía que buscarlo más allá.

Elena Poniatowska realiza un impecable recorrido de la escena artística de los años veinte y treinta, pasando por el dadaísmo y el surrealismo, Paris y Nueva York, personificando a grandes artistas del arte contemporáneo como Dalí, Picasso, Cocteau, Artaud, Duchamp y Breton, entre otros, contando cómo funcionaba el mercado del arte (“en el mundo del arte, tener un mecenas es mejor que tener una amante”) y, además, cómo las mujeres artistas sufrían la humillación y el maltrato de sus parejas, como es el caso de la pintora francesa Dora Maar con Picasso, quien constantemente abusaba de ella. Leonora, sin embargo, reparó rápidamente en aquello, desafiando las normas, no se dejó ordenar por nadie, tal como contó a Elena en una de sus entrevistas: “yo no tuve tiempo de ser la musa de nadie. Estaba ocupa rebelándome de mi familia y aprendiendo a ser artista”. Leonora no quiso el lugar de musa, sino el de mujer creadora; no quiso ser guapa, sino fuerte y libre.

Durante los años cuarenta llega a México, lugar en donde se queda hasta su muerte. En México se enamora, sufre, pero por sobre todo escribe, crea y resurge en ella su poderoso artilugio para sobrevivir al mundo: la pintura. Allí entabla amistad con las artistas Remedios Varos y Kati Horna, encontrando a su verdadera familia. “La amistad de Remedios es para Leonora un patio abierto, la certeza de que para ella se ha ido la soledad. Nadie le interesa tanto como ella, quisiera enseñarle sus lienzos, los cuentos que ha escrito, contarle su vida”. Se trata de amistades que salvan, teniendo en común su pasado europeo, la guerra, el arte y la orfandad. Ellas se acompañan, se consuelan y se animan, porque tienen las mismas razones para vivir. 


Elena Poniatowska (autora) y Leonora Carrington (protagonista).


Sin embargo, para Leonora, México sigue siendo un país extraño, en donde la gente vive apocada, temerosa y sometida, con autoridades que no hacen nada por sus ciudadanos. La artista vive con un pie en el mundo que la concibió, del que la separa todo un océano. “Hay veces en que Leonora camina sobre una isla: ¿Inglaterra?, ¿Irlanda?, ¿Tenochtitlan? Quizá una mezcla de las tres; el lugar que inventó y del que brotan las criaturas que la mantienen amarrada al atril”. En las calles de México, cada paso es un encuentro con su misterio, pero también con su magia porque sus gentes y sus sombreros coloridos son una fiesta que Leonora goza, admira y aprecia. Es en México donde logra reforzar su voz interior, encontrando su verdad, por eso a Leonora no le interesa reflejar en sus pinturas los mercados, paisajes o iglesias locales: ella pinta su mundo interior.

Leonora (1917-2011) en su taller en México.

Este libro está colmado de frases que me llegaron y que son muy sentimentales. Me cuesta explicar lo que me pasó al leerlo sin sonar tan cursi, pero lo cierto es que es un libro sumamente apasionante y logré conectar con la humana detrás del personaje, siendo la lectura toda una experiencia de principio a fin, bajo la vibrante pluma de Poniatowska. Aprendí mucho sobre Leonora, me interesé en su vida y su arte, y me llevó a un mundo que no conocía mucho: el surrealismo. Cuanto más pienso en esta novela, más me doy cuenta que estoy ante uno de mis libros favoritos para siempre. Y me encanta esta frase para terminar este escrito: “La finalidad de la vida no es prosperar, sino transformarse. Cuando uno se lanza a lo desconocido se salva.


Portada del libro
Pgs.: 512
Editorial Seix Barral

jueves, 15 de agosto de 2019

La casa en Mango Street (1984), de Sandra Cisneros


“Es importante tener este espacio donde poder mirar y pensar. Cuando ella vivía en la casa de sus padres, las cosas que miraba la regañaban y la hacían sentirse triste y deprimida. Le decían: “lávame”. Le decían”floja”. Le decían: “deberías”. Pero las cosas de su estudio son mágicas y la incitan al juego. La llenan de luz. Es el cuarto donde puede estar en paz y en silencio y escuchar las voces que lleva dentro”


Me gusta contar cuentos. Voy a contarte un cuento de una niña que no quería pertenecer”. Creo que esta frase es la que mejor resume este libro. La casa en Mango Street es la obra más conocida de la escritora, novelista y poeta mexico-estadounidense, Sandra Cisneros, y que ha vendido más de siete millones de copias, siendo traducida a múltiples idiomas alrededor del mundo. Llegué a este libro nuevamente por una recomendación que vi en instagram y lo busqué en varias librerías, pero nunca lo encontré; qué lamentable que un libro tan bonito y una autora tan buena sean tan desconocidos en Chile. 

Esta novela breve —fragmentada, lírica, emocional— nos presenta a Esperanza Cordero, hija de migrantes y habitante de un barrio latino en Chicago. Esperanza apenas sabe español y odia su nombre: “En inglés mi nombre quiere decir ‘hope’. En español tiene demasiadas letras. Quiere decir tristeza, quiere decir espera”. A través de su mirada, conocemos su calle, sus vecinos, los sueños de su comunidad y también sus limitaciones. La historia está salpicada de elementos autobiográficos, como reconoce la autora: personajes reales, tiempos cruzados, recuerdos mezclados y trenzados en una única voz que logra representar a muchas.

Esperanza comienza a enfrentarse a una adolescencia en los suburbios de Chicago, en un barrio con edificios de ladrillos y ventanas por donde se cuela el frío. Un barrio en donde convive con personas de diversas procedencias, especialmente chicanos y centroamericanos. sin embargo, Cisneros logra convertir ese entorno en un escenario lleno de belleza y verdad, y Esperanza –en ese tránsito entre la niñez y la adultez– nos cuenta con ternura e inteligencia cómo se enfrenta a la vida, el lenguaje, la pobreza, la vergüenza y el deseo de irse lejos... sin dejar nunca de pertenecer. 


<3 Sandra Cisneros (1954 - )

La casa en Mango Street está compuesto por numerosos mini capítulos, de dos o cuatro páginas, historias poderosas que pueden leerse todas de corrido o bien elegirse al azar, porque cada una de ellas es un mundo en sí mismo, tan llenas de significado y poesía. Sí, es un libro  poético, porque permite una lectura libre y la unión de los capítulos como distintos fragmentos rotos; permite pensar y leer en ritmos. Son historias sencillas que nos hablan de migrantes, de latinos, de abuelas y de niños y niñas que no aspiran a mucho, porque saben que el lugar en donde nacieron -o donde llegaron después de miles de kilómetros- no les permite soñar más. O soñar quizás sí, pero chiquitito. Como todo lo que aparece en el libro: chiquito, pero a la vez gigante, hermoso por todos lados, mágico en cada página.

Esperanza, ya sea como participante u observadora, nos cuenta, primero, con ingenuidad y luego con entereza cómo es el lugar en donde vive: cómo en un comienzo se avergonzaba y quería irse a vivir lejos, a una verdadera “casa”, pero al final termina por comprender que ella es Mango Street, porque tal como le dice la bruja: “Esperanza, cuando te vayas tienes que acordarte de regresar por los demás. Un círculo, ¿comprendes? Tú siempre serás Esperanza. Tú siempre serás Mango Street. No puedes borrar lo que sabes. No puedes olvidar quién eres. No supe qué decir. Era como si ella me leyera la mente, como si supiera cuál había sido mi deseo, y me avergoncé por mi deseo tan egoísta. Debes acordarte de regresar. Por los que no pueden irse tan fácilmente como tú”.

Este libro me pareció una joya. Lo recomendaría a cualquier edad. Es dulce, honesto, profundo. Nos invita a pensar si acaso también hemos sido migrantes, si también hemos renegado de nuestras raíces. Es, además, una invitación a reconciliarnos con lo que fuimos, con nuestros nombres y nuestras calles. Y como dato extra, la traducción al español estuvo a cargo de la enorme Elena Poniatowska (la misma que escribió Leonora, pendiente en mi lista).

Qué gusto haberme encontrado con Sandra Cisneros este año, una mujer luminosa, feminista, luchadora por los derechos de las minorías en Estados Unidos. Ya tengo en camino Caramelo, su siguiente novela. Ojalá más librerías chilenas la conozcan, la traigan, la lean. Porque hay autores que llegan para quedarse.


Portada del libro
Editorial Vintage Español
122 páginas

martes, 16 de julio de 2019

Tierra de mujeres (2018), de María Sánchez


“¿Por qué olvidamos la raíz?
¿Por qué olvidamos de dónde venimos?
¿Por qué no mirar a nuestros pueblos?”

Últimamente, instagram se ha vuelto para mí todo un universo de libros y autores. Puedo pasar mucho rato buscando comentarios, reseñas y recomendaciones de libros para leer. Es así como llegué a María Sánchez, veterinaria de campo y escritora española de 30 años que se ha vuelto bien conocida en su país por tocar un tema que sigue siendo muy controversial: “La España vaciada” -y, además, sube unas fotos muy bonitas.

A mi modo de ver, Tierra de mujeres trata sobre dos temas principales que se van conjugando a lo largo de las páginas. Por un lado, nos habla de la necesidad de un feminismo rural y la reivindicación de lo rural, y, por otro lado, nos abre e invita a un relato más íntimo, en donde la autora nos habla desde su lugar en el mundo, provocando una cercanía que no pensé encontrar en esta lectura.

Tierra de mujeres se compone de nueve capítulos que se leen muy rápidamente, en donde la autora escribe una especie de manifiesto, una reivindicación sobre el mundo rural y sus habitantes, principalmente las mujeres, en donde también se reconoce a sí misma. María escribe desde la militancia y el compromiso hacia los territorios rurales: lo hace con determinación, con valentía, pero también de forma humilde y sin pretensiones. Su literatura es experimental: ella va tirando de un ovillo en donde la lana comienza a salir y salir, luego la ordena, la siente y la vuelca finalmente en letras, y es en este relato tan bonito como declarativo en donde ella nos reitera que los territorios rurales en España siguen en pie, con la frente en alto, proclamando justicia.

Durante décadas, desde las ciudades se ha consentido como algo normal que los pueblos rurales no tengan el mismo acceso a los servicios básicos que las ciudades; que no tengan hospitales ni medios de transporte. María Sánchez señala “el medio rural y sus habitantes no necesitan que ninguna literatura los rescate. Necesitan que se los reconozca al fin, ocupar su espacio y recuperar su voz. No necesitan paternalismos y ni romanticismos [...] Porque no necesitan ser salvados. Necesitan colegios, buenas carreteras y centros de salud. Necesitan que la administración los ayude y los apoye, que no los maltrate. Necesitan medidas para poder elegir, para no tener que irse a la fuerza”, y yo no puedo estar más de acuerdo.

“La España vacía”, hoy en voga, aparece en la prensa, en las librerías, en las noticias y en revistas, en donde escritores, historiadores, académicos y políticos reclaman la desigualdad territorial. Pero siempre son los mismos: hombres de ciudad hablando sobre habitantes de pueblos. Y, al mismo tiempo, sigue existiendo tanto desconocimiento sobre lo rural, porque estamos acostumbrados a no preguntar, a no cuestionarnos, a no querer saber. “¿Cómo sentirse orgulloso de las raíces si desde que tienes consciencia te han enseñado que la única opción posible para prosperar es la de marcharse?” La autora indica, categórica, “nos idealizan, sí. Pero nos inferiorizan. Porque no nos dejan hablar”. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de lo rural? ¿Es la simple oposición a lo urbano? ¿Por qué seguir utilizando estas dicotomías que nos hacen poner a una por sobre otra? Ese es uno de los grandes peligros en los que se cae constantemente, en no reconocer el espacio continuo y dinámico entre ambos "mundos". 

Poderosa María.

Tierra de mujeres es un libro que me gustó mucho, no solo porque toca la "cuestión rural", sino también porque me abre la oportunidad de hacer ese ejercicio genealógico que desarrolla la autora: el de preguntarnos por quienes nos precedieron. En mi caso, mis abuelos, por ambas partes, son gente de campo, gente que trabajó en la tierra de una u otra forma. Pensar en las mujeres de mi familia y en tantas otras que conozco, me obliga a arrimarme al feminismo, y la autora lo escribe clarito: “Por eso el feminismo ha sido tan importante para todas las mujeres de nuestra generación. Porque se ha convertido en unas manos decididas que nos han quitado sin miedo la venda que teníamos en los ojos y nos han enseñado a mirar más allá, a cambiar el punto de vista, a echar abajo los cimientos y las verdades que teníamos como absolutas”.

Es cierto: no existe un solo tipo de mujer rural. Los territorios rurales son complejos, tienen diversas voces, historias y matices, imposibles de reducir en imágenes caricaturescas y simplonas. Y en este reconocer historias, las mujeres rurales tienen mucho que decir.

María reconstruye su vida y los lugares por donde ha crecido en el campo. Un campo lleno de mujeres, entre ellas, sus bisabuelas, abuelas y madre, quienes han trabajado incansablemente en la agricultura, ganadería y los cuidados familiares, y sin embargo, no sabemos nada sobre ellas. Porque ¿quiénes son los que cuentan las historias de estas mujeres?, ¿cómo encontrar sus escritos, si se les negó los estudios y fueron confinadas a un segundo plano? 

La autora nos abre las puertas de su infancia, su adolescencia y su adultez, mostrándonos pequeños ejemplos en donde también las negaba: “¿Por qué ellas no ocupaban un espacio importante entre mis referentes? ¿Por qué no fueron nunca el ejemplo a seguir? ¿Por qué de niña no quería ser como ellas?”. Para ella, este libro es parte del ejercicio de reconocerse, como escribe, “un camino inverso hacia las raíces”, y volver la mirada hacia las mujeres que pisaron y trabajaron la tierra antes que ella. Es, al mismo tiempo, una forma de no sentirse forastera, una forma de redimirse, por todos los años en los que sus abuelas y su madre no formaron parte de su narrativa, ni en el espejo en que ella se quería ver reflejada. 

¡Amé este hermoso manifiesto que tanto sentido me hace!


Portada del libro
Editorial Seix Barral
185 páginas




lunes, 20 de mayo de 2019

Atlas de geografía humana (1998), de Almudena Grandes

"Mi vida, como una enorme caja de cartón envuelta en papel rojo, brillante, asegurado por docenas de cintas de colores que explotan en sofisticados lazos y serpentinas… Mi vida, como un enorme paquete lleno de cosas al que apenas he pellizcado una esquinita del envoltorio"


Rosa, Marisa, Fran y Ana son cuatro mujeres que en apariencia tienen poco en común, pero Almudena Grandes las logra unir en esta novela tan bien escrita. Es interesante cómo la autora conecta la vida de estas mujeres, quienes solo tienen como escenario común la editorial en donde trabajan elaborando un atlas de geografía que sale por fascículos en kioskos y librerías, ¡cómo no recordar ese tipo de libros coleccionables de los noventa! 

La autora nos cuenta sobre la construcción de la imagen que estas mujeres tienen de sí: lo que fueron, lo que son y lo que les gustaría llegar a ser. Son mujeres en sus últimos treinta y comienzos de los cuarenta, situadas en esa supuesta etapa de la vida en donde ya han recorrido un buen tramo y, sin embargo, todavía queda otro más largo aún para poder decidir si lanzarse a eso que añoran o no: “Y me propuse avanzar un poco más a través de aquella historia dorada y dulce, crujiente y luminosa, días que habitan en la esquina más feliz de mi memoria”. De esta manera, mientras investigan, buscan materiales, mapas y fotografías para armar el Atlas, Rosa, Fran, Marisa y Ana se encuentran a sí mismas, se encaran y se cuestionan por primera vez.

La historia se concentra en Madrid, aquella ciudad a la que tanto cariño le tengo. Era tan bonito porque de pronto era como estar ahí mismo: las calles Gran Vía, Callao y Mayor, en pleno centro madrileño, pero también el Parque El Retiro, el FNAC y las chocolaterías San Ginés, junto a las estaciones Lavapiés, La Latina y Antón Martín. La editorial quedaba en un antiguo barrio, y sus empleados solían almorzar en el Mesón de Antoñita, pequeña picada con sus típicos menús de comida casera. Todo estaba ambientado en esta maravillosa ciudad: “¿Quieres que salgamos a tomarnos una caña?, entonces sonreí y le dije que sí, porque nada en el mundo me gustaba tanto como escuchar aquellas palabras, salir, tomar una caña, ir de copas, ¿qué le pongo de tapa?, dar un paseo, ver escaparates, sentarse en una terraza, disfrutaba de todo [...] Y criticar, aconsejar, cotillear, pasear un poquito, echar un ratito de charla, dar una vueltecita, jugar una partidita de mus, tomarse un cafecito, unos chocolates, unos churritos; en una ciudad donde hay tanto placeres pequeños que nombrar con diminutivos, y tanta gente, tantos bares, tantas calles, tantas millones de maneras de saber perder el tiempo, lo echaba todo de menos”. Ay, Madrid <3 Y esto me hizo escuchar a Vetusta Morla.

Almudena Grandes (Madrid, 1960)
Hablar en nombre de cuatro mujeres diferentes es lograr dar voz a cada una de ellas, hacerlas diferentes entre sí y remarcar esa diferencia no solo por lo que cuentan, sino también, y muy importante, por cómo lo cuentan: en dónde se caen, cómo enfatizan sus problemas y cómo expresan su andar. Almudena consigue dar vida a sus personajes, y logramos admirar su valentía, pero también sus miserias y miedos; lo que hace la autora, al fin y al cabo, es desnudarlas, ponerlas en ese incómodo lugar en donde ellas hablan y nos cuentan cosas ocultas y humillantes: en sus roles de amante, de madre, de hija, de compañera, de paciente, de mujer que se da cuenta de que tiene una vida propia, buena o mala, pero suya al final de todo: “Tú y yo nos llevamos tan bien porque los dos somos pequeños, insignificantes, el tipo de gente a la que jamás le toca la lotería, ninguna lotería… ¿Tú te has dado cuenta de lo poco que necesitan algunos para ser felices? Cosas que nosotros tenemos, un trabajo, un sueldo, una casa...”. 

Las protagonistas no comprenden por qué les cuesta tanto ser feliz, y por qué los días pasan tan rápidamente, como máquinas, escapando de su control, como si fueran de humo o de gas. “Yo solo quiero flotar, y por más que esté dispuesta a retorcerle el cuello al azar para conseguirlo, nadie parece dispuesto a pasarme la receta”. Al principio me costó seguirles el paso y reconocer cuál voz era de quién de ellas, y tuve que anotar en una hojita sus principales características, si no no iba a poder seguir el ritmo de la novela, y  al final ¡fue una muy buena idea!

Leer este libro es un poco como la nostalgia -o Natsukashi, ese concepto japonés que aprendí de Amelie Nothomb para designar a la nostalgia feliz-. Y de pronto, zaz, te imaginas el año 98 con sus kioskos plagados de revistas y enciclopedias coleccionables, luego te imaginas paseando por Madrid, o te imaginas a tu mamá o tu tía, o a ti misma en algunos años más; porque no creo que lo hago en este blog sean solo reseñas, si no más bien hablo de mí a través de los libros que leo. Estoy en una etapa de pura autorreflexión, por eso escribir en este blog se ha vuelto algo tan importante. Como dice Fran en el libro: “El problema es que siempre he creído saber quién era y no estoy muy segura, en cambio, de saber quién voy a ser”. 

Almudena Grandes logra armar una historia tan sincera y tan bonita; llena de hermosas metáforas y percepciones sobre el ser humano, principalmente desde los ojos de estas mujeres. Algunas frases me llegaron directamente al corazón -sí, siempre cursi, nunca incursi- mientras yo pensaba ≪sí, esto es lo que ocurre≫, como una especie de manifestación o epifanía, solo que antes yo no tenía esas palabras para explicarlo, pero gracias a Almudena ahora sé que existen. “Me pedía ayuda y yo sólo tenía amor, un amor infinito e inútil, porque tanto amor ya no era suficiente. Me pedía ayuda, y yo solo podía abrazarle, devolverle el dolor y su silencio”. Este libro entra definitivamente a mi lista de favoritos; Almudena nos cuenta que sí es posible ser imperfecta, que estas mujeres se equivocan, sufren, se arrepienten de mil cosas, y se aburren de sus vidas, mientras siguen persiguiendo la felicidad, siempre esquiva. Y, sin embargo, como nos dice Ana al final del libro: “Pero, a veces, las cosas cambian. Parece imposible, es increíble, pero a veces pasa”. 


Portada del libro
Editorial Tusquets
603 páginas

sábado, 6 de abril de 2019

Sangre en el ojo (2014), de Lina Meruane


“A la altura de sus cejas y justo detrás de sus ojos hay máquinas de todo tipo: un grandioso motor que lo propulsa, lentamente, hacia adelante; un reloj de extrema puntualidad, una memoria descomunal apta para detalles indispensables y también inútiles. Hay también un corazón castigado en un rincón oscuro que nadie percibe, salvo, tal vez en secreto, mi madre"

Quedar ciega de un día a otro en un mundo lleno de estímulos visuales debe ser, sin dudas, una experiencia espantosa. En literatura mucho se ha escrito sobre la ceguera, ya el Nobel portugués José Saramago nos hablaba de ésta en su famoso Ensayo sobre la ceguera, en donde los habitantes de un pueblo comienzan a quedar ciegxs sin mayores explicaciones. Pero lo que hace Lina Meruane en Sangre en el ojo es un experimento completamente diferente: en primera persona nos cuenta cómo va quedando ciega y haciéndose cada vez más vulnerable, situación que la lleva al límite, en un relato intenso, muy rico en ritmos y tiempos. La protagonista se llama Lina, igual que la autora, y es escritora, tal como ella. Por eso el drama de perder la vista es el doble. Es la Lina escritora -¿cuál de las dos?- la que sufre.

Lina Meruane es una escritora chilena, y ha recibido diversos premios por sus obras Sangre en el ojo y Fruta prohibida. Últimamente ha aparecido un montón en los estantes de las librerías y en medios de comunicación por su libro Contra los hijos. Pese a su larga trayectoria, a Lina la conocí recién este verano, precisamente por este último libro, que ha sido súper ventas y súper comentado, porque trata de un tema siempre polémico, la maternidad. Sin embargo, esta vez para comenzar quise animarme con una novela, así que la compré en la Catalonia sin dudarlo mucho.

Sangre en el ojo es un torbellino de palabras, un monólogo interior, de esos que se dicen siempre en voz baja, porque no queremos que el resto nos escuche: ya sea porque estamos pidiendo mucho, reclamando mucho, o bien siendo egoístas o ambiciosos. En esta impulsiva narración, Lina -la protagonista- compone un relato testimonial sobre cómo va perdiendo la visión de un ojo, luego de otro, y lo único que logra ver al final es sangre: “Pero no era fuego lo que veía sino sangre derramándose dentro de mi ojo. La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca. La más inaudita. La más espantosa. Sangraba a borbotones pero solo yo podía advertirlo”. Esto comienza en casa unos amigos en Nueva York, porque Lina e Ignacio, su compañero, viven allí, mientras construyen y arreglan sus vidas como pueden, en una ciudad que les sirve, pero también les es extraña. La ceguera de Lina explota como una bomba, cuyos pedacitos esparcidos por el suelo, por la ventana y las puertas, no logran juntarse, porque quizás ya estaban rotos de antes. La ceguera como una crisis personal que se cruza con todo.

La novela se estructura en capítulos cortos, de dos a cuatro páginas como mucho, lo cual hace de la lectura un acto rápido, pero cómplice, que te invita a seguir leyendo. Lina nos habla de la vida, de la familia, de la dependencia y del amor. ¿Pero es que acaso no estamos rodeados de todo eso? La dependencia es, a mi modo de ver, el hilo conductor, el hilo que intenta juntar estos pedacitos desparramados. Su relación con Ignacio se intensifica, sufre mutaciones, pero sabe que él siempre estará para ella. “La misma soledad ahora compartida con Ignacio. Todo seguía igual y sin embargo todo parecía radicalmente transformado”. El amor que le profesa Ignacio es un amor capturado y prisionero, pero que duda: “Me haces sentir terriblemente solo [...] No quiero sentirme solo contigo, dices con solemnidad, porque yo no tengo a nadie. No me quedan padre, no tengo hermanos, ya no confío en mis amigos. Tú eres lo único que tengo y ni siquiera estoy seguro”. Lina se muestra fuerte, sin embargo, no logra abrirse a él, y termina por dominarlo todo.

En esta erizada aventura, la protagonista va buscando el diagnóstico preciso que le indique por dónde continuar su vida, pero al mismo tiempo va alejándose del consejo de sus seres cercanos, con una arrogancia que perturba pero que aceptamos, porque ¿cómo proceder ante este estallido de injusticia? Lina aparece como un personaje frío, codicioso, en donde ella es el centro y todo gira a su alrededor. 

Me llamó la atención su relación con su familia. Al volver por unos días a Chile, junto a Ignacio, Lina parece incómoda con tanto amor y atención de pronto. Con cada uno de sus padres va reconstruyendo una relación compleja, que es como globo de helio que flota y que puede escaparse en cualquier segundo al menor descuido. La relación con su madre estremece porque es de constante enfrentamiento: “Sintiendo que se levantaba una rabia vieja, un terror visceral del que nunca me había separado, podía olvidarlo que ahí estaba siempre mi madre para traerlo de vuelta y amedrentarme con su propia angustia”; mientras que con su padre baja los brazos y parece rendirse: “Mi padre era la única persona capaz de hacerme flaquear, pero yo había aprendido a blindarme”. Lina rabiosa y ofendida, no logra estar en paz, los abandonó a todos, buscando a alguien con verdadera vocación de sacrificio, con la necesidad de amar: Ignacio. 



La inmigración y quedar ciega en una tierra diferente a la tuya. La ceguera y la imposibilidad de trabajar porque eres escritora. Estar ciega y volver a casa, a tu casa, a tu Chile que te espera con los brazos abiertos pero desconfiado, porque sabe que no te quedas para siempre, porque sabe que eres visita, pero a pesar de todo la tierra tira, como dicen; la tierra tira y se te tira encima para no dejarte ir. Quedar ciega y necesitar descansar en Ignacio, pobre Ignacio, que sufre con tus imposiciones y deseos, Lina. Eres su ama, pero te vas transformando en un peso diario, voluble y antojadizo, caprichoso e inconstante. 

Éste es un libro que atrapa, sus primeras páginas se leen con mucha fuerza y precisión. Tiene frases imponentes, autoritarias, y que al leerlas sentía que las iba diciendo en voz alta, recitándolas, superando la prueba de leer una novela en voz alta. Ay, Lina, me hiciste leer gritando, ansiosa e impaciente, con rencor. Porque al final todo es mejor así, ¿no?, todo corrompido e insolente, descompuesto, en donde el cambio es lo único que persevera. “Y a la mañana siguiente subiste las persianas y te sentaste frente a mí a esperar que despertara, no sé si de sueño o de mi vida”.

Portada del libro
Literatura Random House
177 páginas


viernes, 22 de marzo de 2019

Nunca me abandones (2005), de Kazuo Ishiguro

Nunca me abandones es una novela célebre del Premio Nobel Kazuo Ishiguro. Aunque se inscribe dentro del género distópico —ese que imagina futuros posibles pero inquietantes—, lo que más me atrajo fue su título, tan emotivo (o emo, jaja), que decidí darle una oportunidad, a pesar de no ser fan del género.

La historia comienza con Kathy, ahora de 28 años, recordando su estadía en Hailsham, introduciéndonos de lleno en un maravilloso racconto, en un extenso y minucioso ejercicio de memoria, mientras se pasea por distintos aspectos de su vida. Hailsham era una escuela-internado para niños, niñas y adolescentes con un propósito muy particular. Poco a poco vamos entendiendo que esta “educación especial” esconde un destino siniestro que los alumnos aceptan casi sin cuestionarlo.

Kathy es la protagonista narradora, y se está preparando para hacer su primera donación mientras cuida a otros donantes. Estas son las primeras pistas de que algo extraño ocurría en Hailsham. ¿Qué era lo “especial” que tenían estos estudiantes? ¿Por qué asistían a Hailsham? Poco a poco como lectores vamos descubriendo éstas y otras preguntas, lo que suma una interesante cuota de misterio y expectación a la historia. Como nos cuenta Kath: “Madame nos tenía miedo. Pero nos tenía miedo del mismo modo en que a alguien podían darle miedo las arañas. No estábamos preparadas para eso. Jamás se nos había ocurrido preguntarnos cómo nos sentiríamos nosotras al ser vistas de ese modo, al ser las arañas de la historia”. Kath y sus amigos descubren ser los bichos raros, y a medida que crecen comienzan a preguntarse por ellos mismos, por su diferencia, y su lugar en el mundo, a través de una compleja y constante búsqueda de identidad.

El internado de Hailsham representa una microsociedad, con sus propias reglas, derechos y deberes. Se trata de un mundo que existe en paralelo al mundo real, en donde los estudiantes son educados de un modo especial, potenciando fuertemente sus intereses en el arte, la pintura y la poesía, como modos de conocerse a sí mismos para quizás revelar que son seres que sí poseen un alma (y, por cierto, ¿qué significa esto?). Los/as estudiantes viven en Hailsham, asisten a clases, se enamoran, pelean y también sueñan con otros futuros posibles. Kath nos explica con una dulzura e inocencia formidables sus días pasados, especialmente su relación con sus dos queridos amigos, Ruth y Tommy: cómo se conocieron, cómo conforman un entrañable trío de amistad y cómo, en algún momento de la vida, sus caminos comienzan a separarse sin vuelta atrás.

Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura del año 2017.

Este libro es pura nostalgia. A ratos te rompe el corazón con frases tan bien hechas como tristes de un amor truncado: el amor infinito entre Kath y Tommy aparece al final como un profundo desencanto. La desesperanza aprendida de Kath conmueve, porque nada más triste que un destino nunca realizable. “No hago más que pensar en ese río de no sé qué parte, con unas aguas muy rápidas. Y en esas dos personas que están en medio de ellas, tratando de agarrarse mutuamente, aferrándose con todas sus fuerzas el uno al otro, hasta que al final ya no pueden aguantar más. La corriente es demasiado fuerte. Tienen que soltarse y se separan. Pienso que eso es lo que pasa con nosotros. Qué pena, Kath, porque nos hemos amado siempre. Pero al final no podemos quedarnos juntos”.

Kazuo Ishiguro trata sobre algunos temas fundamentales de la vida: la amistad, la humanidad, la salvación. De diversos modos, el autor, a través de la voz de Kathy, se plantea difíciles preguntas que debe sortear la entonces adolescente, en donde desde su ingenuidad más pura es capaz de enhebrar hilos y comenzar a tejer el camino de este cautivador misterio. Me gustó mucho la voz narradora de Kath porque era como estar escuchando/leyendo a una persona real: autocorrigiendo sus enunciados, recordando aventuras, emocionándose, exagerando y divirtiéndose mientras nos contaba todo. La lectura se hacía muy fresca porque, precisamente, era como estar escuchando a una amiga. Además, parece estar dirigiéndose a un grupo de oyentes cercano y conocido; una audiencia que bien podría conocer Hailsham, sin embargo, ¿a quién se dirigía exactamente? 

El 2010 se estrenó la película basada en el libro, protagonizada por Keira Knightley y Carey Mulligan, y que está en Netflix. Aunque debo reconocer que soy pésima viendo películas, al terminar esta reseña decidí verla. Y, waaaaaaaaa, hermosa: me gustó demasiado. Finalmente, ¿que si recomendaría este libro? Muy sí, porque es un libro que atrapa, te lleva a otro espacio y logra conmover a ratos; pero no es de mis favoritos. De hecho, me costó hacer esta pobre reseña, pero no porque no me haya gustado, sino porque su lectura se me hizo compleja y larga. Es aquí en donde se encuentra una posible respuesta a la típica gran pregunta: ¿por qué la gente no lee? Quizás porque aún no logra encontrar su/s libro/s. En ese sentido, Nunca me abandones no es de mis libros, pero feliz leería otro de Ishiguro.


Portada del libro
Editorial Anagrama
360 páginas

miércoles, 27 de febrero de 2019

La loca de la casa (2003), de Rosa Montero

Rosa Montero, española de 68 años, periodista y escritora, feminista, columnista de El País, autora de renombradas novelas, jurada en diversos festivales y ganadora de ya varios premios literarios. ¿Cómo no intentar leerla? Hace rato venía viendo sus libros, pero éste llamó mucho mi atención, La loca de la casa; lo tomé pensando que se trataba de ella, de su autobiografía, y no me equivoqué tanto (y que, claro, la loca sería ella misma).

La loca de la casa es un libro sobre la literatura, los amores y, sobre todo, la imaginación. La loca de la casa es la denominación que Santa Teresa de Jesús le dio a la imaginación, y Rosa lo toma prestado como modo de reivindicar la imaginación como motor principal de su vida. La autora, ferviente lectora, nos habla de su oficio de escritora, un oficio netamente imaginativo en donde se sufre la angustia creadora, mientras la loca de la casa va limpiando, borrando y modificando recuerdos y sueños. En este libro tan ambicioso la autora se pasea por diversos géneros: la novela, el ensayo, la autobiografía. Porque, ¿cómo escribir sobre el oficio de escribir si no es a partir de uno mismo? Nunca lo que hacemos, pensamos o sentimos estará desligado de nuestro mundo propio y compartido, lo nuestro y lo que nos rodea. Rosa Montero presenta la escritura como un oficio que nace desde el corazón y la mente, desde nuestras experiencias y anhelos: “Podríamos deducir que los humanos somos, por encima de todo, novelistas, autores de una única novela cuya escritura nos lleva toda la existencia y en la que nos reservamos el papel protagonista”.

 Rosa guapa y chora (sueño con una foto mía con un fondo lleno de libros).

Efectivamente, nos está hablando de la identidad: el yo que vamos creando a través de lo narrado. No es dentro de nuestra mente donde tenemos que “mirar” para saber qué somos o cómo pensamos, sino que debemos “mirar” a través de nuestros discursos, nuestros relatos. Nuestra identidad está fundamentalmente relacionada con el lenguaje que utilizamos para referirnos a nosotros mismos (análisis del discurso or what), pues, como nos cuenta la autora: “Siempre he pensado que la narrativa es el arte primordial de los humanos. Para ser, tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento: nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos”. Me gusta mucho esta frase porque es tan real como espeluznante.

A través de 17 capítulos, la escritora va recreando lecturas que la han ido configurando como persona y como escritora; siento que es tan cierto que los libros nos van cambiando: porque leer es una forma de vivir; gracias a las lecturas podemos conocer y adentrarnos en los sentimientos y corazón de los humanos, navegar por mares y descubrir un sinfín de mundos. “Y es que, ¿cómo puede una apañárselas para vivir sin la lectura?". La autora indica que prefiere mil veces dejar de escribir, pero nunca dejar de leer. Es así cómo a través de los capítulos nos va guiando por sus lecturas, citando, nombrando y recomponiendo algunas anécdotas de sus autores favoritos, entre los que destacan Vila-Matas, Kipling, Conrad, Wilde, Calvino, y muchos otros. Pero también Rosa nos habla de feminismo, cómo no.

Nos cuenta que no quiere escribir sobre mujeres; sino, sobre el género humano, la humanidad: es hora de que los lectores hombres se vayan identificando con las protagonistas mujeres, de la misma manera en que nosotras nos hemos identificado, siempre, con los protagonistas masculinos, porque eran los únicos modelos literarios. “Cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo considera que está hablando sobre mujeres; mientras que cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todo el mundo considera que está hablando sobre el género humano: ¡qué cierto! Por eso la autora insiste en que no hay una literatura de mujeres, sino humana, de todxs y para todxs. Finalmente, una novela es todo lo que un escritor es: sus sueños, sus lecturas, su imaginación, sus padres, su clase social, su trabajo, y también su género sexual. Sin embargo, eso no implica que no exista una intención política en la literatura de algunas mujeres, la cual yo celebro y aplaudo.

Otro tema que toca y que me gustó mucho tiene que ver con la auto-censura que aplica un/a escritor/a al momento de escribir. Rosa nos cuenta que la narrativa es, al mismo tiempo, una mascarada y un medio de liberación. Es una mascarada porque disfrazas tu verdad más profunda con frases novelescas; sin embargo, para conseguir ser verdaderamente auténtica debes dejar que la imaginación fluya, permitirle volar y transformarse. “Qué miedo lo que puedan pensar o entender tus familiares cuando te lean”, dice la autora, y qué cierto: madres, padres, esposas, maridos, hijos,, todos ellos -nosotros- imponemos una censura a la imaginación. Yo llevo un diario de vida y me daría mucha vergüenza que esos otros pudiesen leer lo que siento y, sobre todo, lo que escribo de ellos. Vaya que hay que ser valiente para mostrarse así.

En definitiva, La loca de la casa es un libro apasionante, realmente me gustó muchísimo. La autora nos lleva por diferentes temas: el amor, la muerte, la lectura, el feminismo, las mujeres de los escritores famosos, la familia, la juventud,... Lo cual hace del libro un verdadero festín. Lo disfruté a concho, aprendí varias cosas y, sobre todo, me iluminó: me hizo retomar las ganas de escribir y seguir leyendo más novelas y cuentos, y animarme con la poesía, siempre esquiva para mí. Es un libro que me permitió reconectarme con la lectura, darle la importancia que se merece en mi vida y que me recuerda también por qué escribo en este blog. ¡Gracias, Rosa querida!

Portada del libro
Editorial Alfaguara
273 páginas

viernes, 8 de febrero de 2019

El bigote (1985), de Emmanuel Carrére

¿Qué pensarías si me cortara el bigote? Así comienza esta historia inquietante y breve, perturbadora por momentos. Después de haber leído algunos de sus libros más conocidos, El bigote terminó de confirmarme que Emmanuel Carrère es, definitivamente, uno de mis autores favoritos. ¡Qué genio para contar historias! Me lleva por todos los estados: risa, desconcierto, ansiedad, ternura, desasosiego. Tiene una forma de narrar que nos arrastra con naturalidad hacia mundos cada vez más extraños, sin que notemos cuándo cruzamos el umbral.


Ya sé cuál será mi próximo libro de Carrere: Una novela rusa.

Este libro llevaba tiempo apareciéndoseme en bibliotecas y librerías. Finalmente, lo tomé prestado en la Biblioteca de Santiago —mi pequeño gran oasis en la ciudad. El título, aparentemente trivial, esconde una trama que crece como bola de nieve: Carrère toma un gesto mínimo, casi ridículo —afeitarse el bigote— y lo convierte en una pesadilla existencial. Nuevamente, veo en Carrère a un genio: ¿cómo es posible escribir algo tan bueno en base a un hecho tan banal y vulgar como afeitarse el bigote? 

Un día cualquiera, el protagonista, Marc, decide afeitarse el bigote que lleva luciendo desde hace años, y cuando su pareja, Agnes, llega de las compras cotidianas es como si nada hubiese ocurrido; ella no le dice nada y ni siquiera pone cara de asombro al verlo sin su accesorio eterno. Esa misma noche la pareja va a cenar al piso de unos amigos, quienes tampoco notan ni dicen nada al respecto. Esta extraña indiferencia de su entorno más inmediato frente a tan radical cambio de look comienza a desesperar al protagonista, quien comienza a elaborar extrañas hipótesis en su mente, ¿Es un error? ¿Una conspiración? ¿Una broma cruel?

El autor nos lleva hasta lo psicopático, mostrándonos a Marc descolocado, una víctima que intenta defenderse de un mal chiste que comienza a lastimarle: “Marc presintió que a partir de ese momento todo se aceleraría, que cualquier pregunta que hiciese, o incluso sin preguntas, toda observación referida a un pasado común amenazaría con provocar un nuevo desprendimiento”. Una obra para aplaudir.

Agnes y sus amigos insisten en que él nunca ha llevado bigote, y Marc parece delirar elucubrando diversas ideas para explicarse esta inconcebible situación: que Agnes lo está engañando, que sus amigos le quieren volver loco, que su familia lo quiere alejar de todo, etc., Pero el protagonista va más allá: comienza a reunir pruebas para demostrar que todos ellos se equivocan: busca incansablemente las fotografías de las vacaciones en donde llevaba su bigote, la foto de su carnet de conducir, recurre al testimonio del vendedor de su barrio, a quien veía todos los días, e incluso llega a buscar en la basura los restos de vellos que se había cortado horas antes. Todo la trama ocurre en apenas unos días, en donde el bigote, la locura y el amor de pareja se mezclan, encontrándose y divergiendo, al mismo tiempo. Pero siempre la locura como estrella: “Ninguna razón del mundo podía justificar semejante historia, a la vez absurda e irrecuperable. Ninguna razón, salvo la de la locura, que no necesita razones”.

Hasta el final, Carrère mantiene el misterio: ¿quién dice la verdad? ¿Hay una verdad? En el fondo: ¿quién es el loco/a del cuento? Pero poco a poco nos lleva al desenlace: un cuento muy bien jugado, un cuento que hasta el final nos deja en vilo. 
-Dilo -insistió-. Que quede claro, al menos.
-No, no tienes bigote en esta foto.
-¿Ni en ninguna otra?
-Ni en ninguna otra.

Siempre alerta, siempre asombrado y desconfiado, el protagonista se va quedando solo, construyendo un muro, el cual ni siquiera Agnes logra permear. Tal como señala él mismo: “Estaba en pleno París, en un barrio apacible, una tarde de primavera, y querían volverle loco, matarlo, y no tenía ningún sitio adonde ir. Debía escapar, deprisa, antes de que ellos llegaran”. De un momento a otro, Marc es un ser humano que muta, que se transforma, y ya no tiene un sitio al cual pertenecer -cual Gregorio Samsa kafkiano. 

El bigote se lee de un tirón, es tenso, lúcido, con toques de humor negro y giros que nos dejan perplejas. No es mi libro favorito de Carrère, pero sí uno que se disfruta muchísimo. Una lectura breve y poderosa, que demuestra cómo lo mínimo puede volverse monstruoso. ¡Ah! Y hay una película basada en este libro. Me encantaría verla.


Portada del libro
Editorial: Anagrama
184 páginas

domingo, 20 de enero de 2019

Chicas muertas (2014), de Selva Almada

“Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza”



A Selva Almada la conocí gracias a un amigo librero, y este libro, en particular, lo encontré en la Biblioteca de Santiago: apenas entré a la sala de autores contemporáneos, fue el primero que vi. Coincidencias, pienso ahora. Lo pedí, lo llevé a la playa, y lo leí en menos de dos días. Me impactó más por lo que cuenta que por cómo está escrito —a ratos me costaba seguirle el ritmo, porque vuelve y revuelve sobre los mismos temas—, pero eso, con el paso de las páginas, dejó de importar: Chicas muertas es un libro que incomoda, que duele, y que interpela.

Selva Almada —escritora, poeta, narradora— nació en Entre Ríos, y se define como una “chica de provincia”. Esa identidad la atraviesa por completo, tanto en su mirada como en su escritura. En este libro, esa pertenencia a lo rural es clave: las escenas transcurren bajo el sol que cae a plomo, en caminos de tierra, en casas humildes, entre siestas densas y micros desvencijadas. Son lugares pequeños, invisibilizados, donde lo que no se ve no existe, y por eso, lo que no se nombra, tampoco duele. El campo no es solo un telón de fondo, sino un escenario social que opera como engranaje del silencio


Selva Almada, escritora autodefinida "chica de provincia". 


Esta crónica literaria reconstruye el asesinato de tres adolescentes en provincias argentinas durante los años ochenta. Crímenes sin culpables, sin justicia, sin explicación. En ese tiempo, aún no existía el concepto de “femicidio” en el discurso público, pero ya existían, por supuesto, las muertas: “tres adolescentes de provincia asesinadas en los años ochenta, tres muertes impunes ocurridas cuando todavía, en nuestro país, desconocíamos el término femicidio”. Se trata de una crónica narrada en primera persona, íntima y lúcida. Y sobre todo, política. Porque más allá de las muertes, Chicas muertas habla de cómo fuimos y seguimos siendo educadas las mujeres: en el miedo, en la ignorancia, en el silencio cómplice. “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando”.

Como lectora, lo que más me conmovió fue que esas muertes —ocurridas hace más de 30 años en pueblos lejanos— podrían haber pasado ayer, aquí, al lado. Según datos del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, en Chile, al 20 de enero de 2019, en Chile se registran 5 femicidios consumados y 6 femicidios frustrados. Está pasando hoy: el libro como una interpelación constante a nuestra actualidad; el libro como una bandera política.

Chicas muertas no es una lectura cómoda. Pero necesitamos leerlo, necesitamos seguir armando historias, contando verdades, incomodándonos, y alzando la voz para que nunca más.


Portada del libro
Editorial: Random House
185 páginas