Nacido en 1936, Georges Perec vivió una infancia marcada por la
ocupación nazi en Francia. Sus padres –ambos judíos– murieron en un campo de
concentración cuando él tenía cinco años, por esta razón su familia adoptiva le
ocultó su origen, como forma de mantenerlo a salvo. De este modo, aparece el
olvido como herramienta imprescindible para la sobrevivencia del joven Perec.
Desde pequeño se mostró muy interesado por el mundo de las letras
y el arte. Ingresó a sociología y luego la abandona para dedicarse de lleno a
sus intereses. En los años 60 Perec se unió al Taller de Literatura
Exponencial, OuLiPo, el cual estaba conformado por matemáticos, pintores y
escritores en un intento por unir estas disciplinas a través de la creación de
novedosas formas de escritura. Este interés se vio reflejado en sus posteriores
obras, entre las que destacan muy especialmente «La vida: instrucciones de uso», en donde la trama de la
historia se desarrolla de acuerdo a los movimientos en un tablero de ajedrez, y «El
Secuestro», obra en la cual prescinde de la letra “e”. Asimismo, en la obra de Perec la
autobiografía y los escritos sobre la cotidianeidad cobran particular
importancia, destacando textos como «Notas
sobre lo que busco», «Me acuerdo» y «Tentativa de agotamiento de un lugar
parisino». Se dice que la obra de Perec es inclasificable, pues,
deambula desde la novela hasta diversas formas de expresión narrativa:
conjugando su interés por la poesía, los juegos de palabras, los crucigramas,
los rompecabezas y los números. Lamentablemente, en Chile poco y nada se conoce
de él y su obra L (Merci
beaucoup, Marine!).
Las Cosas es la primera novela de
Perec, publicada en 1965 bajo el contexto convulsionado de la Francia pre mayo
del 68. En esta historia, narrada en tercera persona, el autor ahonda en la
vida y miseria de Jérôme y Silvie, una joven pareja pequeñoburguesa parisina
atrapada en la agitada carrera por obtener las
cosas, ambos sumergidos en la ansiedad consumista que ya se instalaba por
aquella época.
Jérôme y Sylvie trabajaban como psicosociólogos
realizando encuestas para agencias de publicidad. Vivían constantemente soñando
con vidas llenas de lujos, abundancia y excentricidades, deseos que se
encontraban lejos de sus posibilidades reales, puesto que apenas tenían dinero
para lo básico.
El autor se pasea por la inagotable
descripción de las cosas que mueven y fascinan a los protagonistas y su grupo de
amigos. Retrata la juventud parisina como deseosa de obtener más de lo que
puede pagar. De este modo, la felicidad para ellos aparece en la simplicidad de
las cosas: “Así vivían, ellos y sus amigos, en sus pisitos simpáticos
abarrotados de cosas, con sus salidas y sus películas, sus grandes comidas
fraternales, sus proyectos maravillosos. No eran desgraciados. Cierta dicha de
vivir, furtiva, evanescente, iluminaba sus días”. Este retrato de juventud se
repite constantemente a lo largo de la novela y nos hace deambular entre
callecitas, bares, plazas y pasillos de viejos apartamentos parisinos, en donde
las cosas se transforman en verdaderas protagonistas de la historia. Perec
logra describir con tal detalle los objetivos y rituales sociales de Jérôme y Silvie que nos permite imaginar
perfectamente el mundo en el cual se desenvuelven. La descripción constante y
bien pincelada, la numeración de las cosas y las acciones se transforman, a mi
modo de ver, en el verdadero centro de la novela. Los diálogos entre los
personajes escasean, más bien la atención se centra en la descripción continua.
Pero, también, Perec nos habla de
la juventud, de sus bondades y su lado amargo. La juventud, divino tesoro, “el
mundo iba hacia ellos, ellos salían al encuentro”. Sin embargo, experimentaban
angustia, vacío y asfixia. El dinero aparece como la felicidad, y el trabajo
como un medio –odioso– de alcanzarla. Perec relata el lado amargo de la
juventud, de los momentos difíciles que trae la independencia y las
consecuencias de las decisiones que se toman. ¿Qué tan distinto es ser joven en
París en los 60, que en Santiago en el 2016? El trabajo, las amistades, los
tiempos, pagar las cuentas, pensar en una vida digna y el disfrute eran los
principales desvelos de los protagonistas. “Por desgracia, pensaban a menudo y
se decían a veces Jérôme y Silvie, quien no trabaja no come, es cierto, pero
quien trabaja deja de vivir”. ¿Qué significaba vivir, entonces? El goce de la
vida, disfrutar de las cosas simples y las no tanto: un buen vino, ir al cine,
tener tiempo libre para tomar un café con amigos, ir de vacaciones al
mediterráneo eran opciones que podían tantear, pero sin dinero, difícilmente
conseguibles. Jérôme y Silvie
soñaban con días vacíos, levantarse tarde, gozar los días caminando o comiendo
bien. En cambio, el trabajo agotaba sus sueños. “¡Cómo!, se dice el joven
licenciado, ¿voy a tener que pasarme los días detrás de esos despachos
acristalados en vez de ir a pasear por los prados floridos? ¿Voy a descubrirme
lleno de esperanzas en vísperas de ascensos? ¿Voy a calcular, intrigar, tascar
el freno, yo que soñaba con poesía, con trenes nocturnos, con arenas cálidas?”.
Una de las cosas más interesantes
de este libro, desde mi punto de vista, es la descripción exhaustiva de los
espacios y las posesiones, en suma, son las cosas que Silvie y Jérôme anhelan,
pero que no alcanzan. Es este deseo por las cosas, y las cosas en sí mismas, lo
que mueve esta historia, sus relaciones y acciones. De hecho, poco y casi nada
sabemos de los protagonistas, salvo este deseo por obtener más y más. Jamás se
describen sus personalidades o apariencias físicas, esto queda a imaginación de
quien lee. En el libro podemos apreciar la reiteración obsesiva de las descripciones
y enumeraciones de objetos como una especie de perfecto catálogo parisino.
¿Qué
puede aportarnos esta novela a la discusión política actual? Jérôme y Silvie son un fiel reflejo de la
sociedad de consumo. Esta modernidad de la historia hace de Las Cosas un libro
siempre, y cada vez más, contemporáneo. Perec supo observar problemas básicos
de la cotidianidad: cómo el tener se confunde con el ser: tener para ser, ser
respetado, en definitiva, “ser alguien”. Tal como lo indica el autor: “Les habría gustado ser ricos. Creían que
habrían sabido serlo. Habrían sabido vestir, mirar, sonreír como la gente rica.
Habrían tenido el tacto, la discreción necesarios. Habrían olvidado su riqueza,
habrían sabido no exhibirla”. Con fino sarcasmo y detallismo, éste es un libro
que trata la cosificación de la sociedad occidental, en donde las personas nos
volvemos esclavos del trabajo y de las cosas. Me gustó este libro, se lee de manera rápida y está en un lenguaje muy sencillo.
¡A buscar más libros de Perec!
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Portada del libro Editorial: Anagrama Pgs: 158 |