lunes, 30 de noviembre de 2015

Travesuras de la niña mala, Mario Vargas Llosa (2006)

Hace rato que tenía ganas de leer alguna novela de Mario Vargas Llosa. Siempre me ha llamado la atención la gran cantidad de libros suyos en cada librería; montones de títulos. Travesuras de la niña mala me la recomendó un vendedor en una QuéLeo y dio en el clavo.

Mario Vargas Llosa
Vargas Llosa nació en 1936 en Arequipa, Perú, y es reconocido como uno de los grandes escritores hispanoamericanos de todos los tiempos. Fiel representante del llamado Boom Latinoamericano, Vargas Llosa desafió los convencionalismos de la escritura incursionando en temas como la política, la crítica y el erotismo a través de nuevas técnicas narrativas. Es necesario señalar que ha ganado numerosos e importantes premios a lo largo de su carrera, entre los cuales destacan el Premio Nobel de Literatura concedido el 2010 y el Premio Príncipe de Asturias, en 1986. En marzo próximo cumplirá 80 años (¡!) y publicará su reciente Cinco Esquinas. Bien prolífico Mario. Bien.

El tema manifiesto de Travesuras de la niña mala es el de una historia de amor. Se trata de la relación tormentosa y enfermiza entre dos amantes que dura más de cuarenta años. Durante estos cuarenta años, el autor nos hace viajar por diversos escenarios geográficos y sociopolíticos: desde la conservadora Lima de los años 50, por el París turbulento y artístico de los 60, pasando por Londres de los 70, para llegar a la moderna Tokio y la desinhibida Madrid en los 80. Estas ciudades se transforman, a su vez, en verdaderas protagonistas de la historia, pues, Vargas Llosa se encarga de describir de manera muy prolija cada uno de los barrios en los cuales se desenvuelven los protagonistas, rescatando la esencia propia de cada uno de ellos, a través de las aventuras de los protagonistas, autoexiliados de Perú.

Ricardo Somocurcio es el narrador protagonista de esta historia que comienza en Lima cuando él era sólo un adolescente. Ricardo, después de la muerte de sus padres, vive con su vieja y querida tía en el barrio de Miraflores, el cual se ve sorprendido por la llegada de dos encantadoras hermanas, “las chilenitas”, que causan gran simpatía y admiración entre los jóvenes del barrio, debido a la picardía de sus bailes y sus cándidas sonrisas. Una de las chilenitas es Lily, quien se roba el corazón de todos, incluido el de Ricardo. Aquí comienzan las travesuras de la niña mala.

En su narración Ricardo nos detalla con lujo de detalles sus encuentros y desencuentros con Lily, la difícil “chilenita” que se enreda en su vida para siempre. La complejidad psicológica de Lily queda de manifiesto en las diversas caras que exhibe a lo largo de la historia, pues, en cada escenario la niña mala aparece y desaparece bajo múltiples máscaras: bien puede ser la tierna chilenita de la juventud o la inquieta camarada Arlette que llega arrancando a Paris, pero también es capaz de lucir con su elegancia como Madame Aurnox y la distante Mrs. Richardson, o desafiar a Ricardo como la excéntrica Kuriko, hasta llegar a conmoverlo como la pobre Otilita. Las constantes transformaciones de la chilenita dejan abatido a Ricardo, sin embargo, su amor hacia ella crece aún más, pues, se esfuerza por comprender el confuso mundo que rodea a su amada  para, de este modo, protegerla y justificar sus mentiras. La identidad de la chilenita es un completo misterio hasta casi el final de la historia. Es este viaje en el tiempo y en el espacio lo que llena de energía a la novela.

El amor, tópico popular por excelencia, se viste con los trajes de la decepción, la compasión y el erotismo. Ricardo y la niña mala cultivan una relación, quizás, de amor nada romántica, pero sí muy típica: la de los polos opuestos. Él, ya adulto, un traductor de la Unesco sin mayores aspiraciones que el día a día –“un pichiruchi”–, y ella, una mujer calculadora y ambiciosa dispuesta a todo, parecen el ejemplo perfecto de una pareja destinada al fracaso amoroso. La ambición de la niña mala y su intento por ascender socialmente son el motor que estimula esta historia. “Ya no era aquella muchachita vulnerable que, pasando mil pellejerías, había salido adelante gracias a una audacia y una determinación poco comunes; ahora era una mujer hecha y derecha, convencida de que la vida era una jungla donde sólo triunfaban los peores, dispuesta a todo para no ser vencida y seguir escalando posiciones”.

Mucho podemos discutir sobre el amor en literatura, sobre su grandeza, su perversidad, su ingenuidad, pero siempre tropezaremos con las mismas imágenes estereotipadas: el amor como sufrimiento y, a la vez, como felicidad. En esta historia el amor adquiere ambos rostros. Ricardo no sabe vivir sin la niña mala, es un amor morboso e inevitable que le causa mucho daño: “Porque, para qué negarlo, la amaba cada día más. Y la amaría siempre, aunque me engañara con mil fukudas, porque ella era la mujercita más delicada y bella de la creación: mi reina, mi princesita, mi torturadora, mi mentirosita, mi japonesita, mi único amor”. Amor enfermizo como amor incondicional. Dicho de este modo, puede que la trama cause cierto rechazo debido a lo aparentemente obvio de sus argumentos, pero no lo creo, pues, pese a lo irracional, es una historia compleja llena de símbolos que conmueven. A través de los personajes de Lily y Ricardo exploramos distintos ángulos de las relaciones humanas –la envidia, la decepción, la indulgencia, el desengaño, la alegría y lo ético en un ir y venir emocional.

Por último, respecto a la forma en que está escrita la novela, debo admitir que me gustó muchísimo. Aunque un capítulo se me hizo especialmente largo y un poco fatigoso (no diré cuál), como primera experiencia con Vargas Llosa puedo decir que quedé bastante complacida, y quiero seguir leyendo sus novelas. Travesuras de la niña mala es una narración rápida, ligera y muy cercana, con diálogos intensos, pero también divertidos. En definitiva, Vargas Llosa se la juega con esta suculenta historia de amor poco convencional, la de un hombre sometido a los antojos de una  decidida y valiente mujer. ¿Qué si recomiendo su lectura? Absolutamente sí.

Portada del libro
Editorial: De Bolsillo
Pgs: 418




lunes, 12 de octubre de 2015

Formas de volver a casa, Alejandro Zambra (2011)

Formas de volver a casa (2011) es la tercera novela del chileno Alejandro Zambra. Las predecesoras Bonsái (2006) y La vida privada de los árboles (2007) le significaron al autor gran reconocimiento, tanto a nivel nacional como internacional, situándolo como uno de los escritores jóvenes más talentosos de habla hispana. Zambra, además de ser novelista, es poeta; después de salir del colegio estudió Literatura Hispánica en la Universidad de Chile y actualmente se desempeña como profesor de literatura en la Universidad Diego Portales. A Zambra, como él mismo ha señalado en diversas entrevistas, le interesa mucho ampliar la forma en que se entiende la escritura literaria, y en Formas de volver a casa podemos apreciar esta intención.

El autor
El libro es una historia de recuerdos y melancolía, es una reflexión sobre el pasado y el presente desde la perspectiva del protagonista; pero es también la historia de un país, de una familia, de un niño que luego se transforma en adulto. Es preciso advertir que la lectura de Formas de volver a casa puede no agradar a todos –a mí me costó agarrarle el ritmo-, porque se trata de un juego metaliterario, en el cual el autor da a entender a sus lectores que el narrador de la historia puede ser él, o bien no. Así es como Zambra se refleja, se incluye en la historia y nos cuenta sobre el proceso de escribir esta novela, pues tal como él dice: “aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia”, y yo no puedo estar más de acuerdo.

La historia está dividida en cuatro capítulos, separados en dos grandes relatos aparentemente paralelos pero que se entrecruzan continuamente. El primer relato es la historia de un niño que vive con su familia en la comuna de Maipú durante la década de los ochenta; este niño tiene nueve años y nos cuenta que una niña un poco más grande que él le encarga una misión secreta, la cual  le trae grandes aventuras y descubrimientos. El segundo relato nos sorprende, porque el niño -ya adulto- nos cuenta que lo que acabamos de leer es ficción, porque esa historia es la novela que él está intentando escribir a partir de sus recuerdos. En este relato el narrador/autor es un escritor medianamente conocido, vive en La Reina y nos detalla sobre el angustiante proceso de escribir sobre sus memorias de infancia: “Avanzo poco en la novela. Me paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera”. Al mismo tiempo, el narrador –en una especie de soliloquio– va contando detalles cada vez más íntimos y más oscuros, deshaciéndose de todo pudor y conservadurismos.

Ambos relatos van fundiéndose a medida que pasamos las páginas. Lo interesante es que al recordar su infancia, Zambra pone de manifiesto la historia desde la perspectiva de un niño, la mayoría de las veces ignorada por las fuentes oficiales. De este modo, al igual que Gabriel Salazar en Ser niño huacho en la historia de Chile, propone situar a los niños –“eternos personajes secundarios”– como personajes importantes de la historia, reivindicando su derecho a voz: “Los niños entendíamos, súbitamente, que no éramos tan importantes. Que había cosas insondables y serias que no podíamos saber ni comprender. La novela es la novela de los padres, pensé entonces. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres”.

Formas de volver a casa es un novela corta (tiene letras muy grandes y mucho espacio entre apartados)  y se lee muy rápidamente porque su lenguaje es simple y sobrio. No hay frases enredadas sino economía en su escritura; lo cual agradezco enormemente. Por otro lado, hubo muchas frases o ideas que llamaron poderosamente mi atención, y es que tengo la costumbre de rayar en los libros ciertas frases o pasajes con los que, de alguna u otra manera, me siento identificada, y este libro me dio muchas oportunidades para hacerlo, porque se trata de una novela que nos hace sentir. Es de esas que te gustan o no te gustan, pero no quedas indiferentes frente a ella.

Los años ochenta, Maipú, los padres, son, a mi modo de ver, los principales componentes de Formas de volver a casa. El protagonista recuerda con cierta ternura y nostalgia su pasado en su casa familiar y cómo fue su infancia alejada de los acontecimientos políticos de ese entonces. Es así como Zambra reconstruye la imagen de una típica familia chilena de clase media de los ochenta: sin pasado, sin historia, ni ricos ni pobres, sin muertos, sin heridos. Este punto es importante porque para reconstruir nuestro pasado es inevitable hurgar en las historias de nuestros padres, y reflexionar sobre cómo construimos nuestras vidas a partir de las de ellos: ¿nos gusta cómo ven la realidad nuestros padres?, ¿quisiéramos parecernos a ellos? Son algunas de las preguntas que plantea el narrador, preguntas que todos y todas nos hacemos alguna vez. “No puedo creer lo que acaba de ocurrir. Me molesta ser el hijo que vuelve a recriminar, una y otra vez, a sus padres. Pero no puedo evitarlo”. Se trata de buscar los orígenes, de rastrear nuestra identidad, de la necesidad o no de volver a casa. Me gustó esta novela, no tanto su trama, pero sí la honestidad de sus líneas.

Portada del libro
Editorial: Anagrama
Pgs: 168

lunes, 31 de agosto de 2015

Mala onda, Alberto Fuguet (1991)

Ya un poco entrando en terreno nacional les comentaré sobre Mala onda, novela escrita por Alberto Fuguet y publicada el año 1991 en Buenos Aires. Fuguet es frecuentemente categorizado dentro de la ‘nueva narrativa chilena’, movimiento que agrupa a diversos autores que, con la vuelta de la democracia en los noventa, comienzan a alcanzar gran notoriedad en la escena pública, destacando autores como Gonzalo Contreras, Carlos Cerda y Marco Antonio de la Parra, entre otros. Pero, ciertamente, es Fuguet con su Mala onda quien se convierte en el gran símbolo de aquel movimiento, distinguiéndose por sus agudos comentarios sobre la literatura y cultura chilenas. Mucho se ha dicho sobre esta novela: que es buena, que es mala, que es aburrida, que es un cliché; pero quise descubrirla por mí misma. Así que aquí vamos.

Mala onda es la historia, contada en primera persona, de Matías Vicuña, un indisciplinado adolescente de 17 años proveniente de una acomodada familia del ‘barrio alto’ santiaguino. La novela está escrita en forma de diario de vida, pues va desde el 3 de septiembre de 1980 hasta el 14 de septiembre del mismo año, periodo en el que se realizó un referéndum con el objetivo de aprobar la Constitución Política de 1980. Mala onda comienza en Rio, en un viaje de estudios que realiza el protagonista con su curso. El viaje resulta muy estimulante para Matías, pues le proporciona placer, libertad y un sinfín de aventuras en compañía de sus nuevos amigos brasileros; todo esto en contraste con lo gris que le parece Chile: Santiago sitiado por la dictadura, el conservadurismo y la mala onda de la cotidianidad.

A lo largo de la historia, Matías nos cuenta cómo pasa sus días en la capital, nos habla de su familia, sus amigos, su colegio, las fiestas, las películas, los lugares de moda que frecuentan… Todo pareciera ir bien –o al menos no tan mal–, sin embargo, el protagonista expresa constantemente una excesiva angustia y soledad, pues a pesar de estar rodeado de gente, se siente vacío, ahogado. “Era como si no pudiera estar acá. Había algo de miedo, un ruido ausente, como cuando uno de estos milicos dispara un arma vacía; algo de asco, de cansancio, una desconfianza que me estaba haciendo daño, que no me dejaba tranquilo. Pero no era sólo eso: era mi familia, quizás; los amigos, la ausencia de minas, la onda, la falta de onda, la mala onda que lo está dominando todo de una manera tan sutil que los hace a todos creer que nada puede estar mejor, sin darse cuenta, sin darnos ni cuenta aunque tratemos. La mala onda, el agobio”. Como consecuencia, a medida que pasan los días, Matías se ve cada vez más solo y rodeado de apatía. Muy aburrido de su entorno social, no tiene mayores motivaciones en el día a día, es por eso que necesita escapar, encontrarse consigo mismo. Un día, su amigo El Gran Alejandro Paz de Chile –así le llamaba Matías– le recomienda y le presta el libro The Catcher in the Rye (El guardían entre el centeno, de J. D. Salinger) y este encuentro fortuito con aquella lectura cambia la perspectiva de Matías, quien se siente plenamente identificado con los problemas de Holden (el protagonista de aquel libro).

Alberto Fuguet.
La juventud chilena de clase media-alta es un lugar recurrente en los cuentos y novelas de Fuguet, razón por la cual muchas veces ha sido criticado de snob. En Mala onda lo que hace es retratar a la clase alta de los años ochenta, impregnada por la cultura pop norteamericana, lo cual se refleja en la idea de una sociedad chilena en pleno auge, mediatizada, exitista, consumista: “Providencia con Lyon, Paseo Las Palmas, el epicentro mismo, está repletísimo, como tiene que ser. Es uno de los pocos lugares que salva. Puros edificios nuevos y locos y cantidad de gente conocida comprando ropa o dando vueltas”. Pero también nos cuenta sobre los problemas personales de una clase social y el insistente arribismo propio de nuestra cultura: «el qué dirán» y las apariencias de una familia armónica y feliz que intentan salvar los Vicuña; pues como nos cuenta Matías, su familia está rota y la relación con sus padres destrozada: “-Pensé que mi viejo me iba a venir a recoger -le dije al taxista. -¿Perdón? -No, nada. Nada nuevo. No se preocupe. Nada que no pueda soportar”. A juicio de algunos críticos literarios, al centrarse básicamente en los  problemas de un joven de clase alta, la novela descuida el contexto histórico en el cual está inmersa, razón por la cual Mala onda es tildada de light o poco profunda, pues no se hace cargo de los conflictos políticos y sociales de los ochenta. Por mi parte, no comparto esta opinión. No creo que la responsabilidad de una novela –o cualquier otra creación artística– deba ser denunciar injusticias sociales. Si la novela da para eso: genial, pero si no: genial también.

Ahora bien, sobre mi experiencia leyendo este libro puedo decir que es bien ambigua. Por un lado, me gusta la forma en que escribe Fuguet: bien chilena, bien simple, a veces divertida; es un libro que se lee de forma ligera porque está llena de frases cortas y rápidas, lo cual hace de Mala onda un libro atemporal. Pero por otro lado, hay algunos puntos que me hacen dudar sobre la legitimidad del relato, hay algo que no me logra convencer. Es la parada «no estoy ni ahí» del protagonista; su actitud infantil y egoísta no convence del todo: es difícil imaginar que con sólo 17 años Matías reflexione ya como un adulto defraudado y que haga cosas tan increíblemente de adultos –¿o estoy siendo muy ingenua? –. En el fondo, lo que me cansó es la idea de que todos los adolescentes eran así de reventados –noches de sexo desenfrenado, drogas por doquier, jales, visitas a prostitutas,…–, que hacían lo que querían, etcétera. Lo encontré un poco surreal. En fin, a mi modo de ver, Mala onda es un libro que entretiene, sí, cumple en ese sentido, pero aun así no convence. Igual, lo recomendaría.

Portada del libro
Editorial: Punto de Lectura
Pgs: 323

domingo, 26 de julio de 2015

Éramos unos niños, Patti Smith (2010)

La siguiente historia, sin querer queriendo, también proviene desde Estados Unidos. Pero ahora es el turno de una mujer: la seca Patti Smith. Quizás más de alguno habrá oído hablar de ella, sin embargo, yo la conocí recién este año y todo gracias a una revista de papel cuché, en donde una escritora chilena decía que éste era un gran libro, y vaya que no se equivocaba. Lo busqué en librerías de Santiago y Valparaíso sin éxito, lo encargué a The book depository y estaba agotado, pero afortunadamente lo encontré en una librería en Temuco y fue una tarde muy feliz.

Primero, decir que Patti es una genia en el amplio sentido de la palabra: no sólo es escritora, sino también poeta, cantante, actriz, pintora, activista, uff… todo en una. Y en este libro es capaz de cristalizar todo su potencial en sinceras y sencillas prosas. Amé leer este libro, no sólo por la emotividad de sus líneas, sino también porque me recordó mucho a una amiga muy querida y vi su  historia de amor plasmada en esta obra.

Éramos unos niños (Just kids) no es una novela, sino un libro de memorias, y sus protagonistas son Patti y el célebre fotógrafo Robert Mapplethorpe, pero también lo protagoniza la encendida sociedad neoyorkina de los locos años sesenta y setenta. 

Patti y Robert <3

Este libro retrata la hermosísima –lo juro– historia entre Patti y Robert. Patti, una joven de 19 años proveniente de una familia pobre de un pequeño pueblo de Nueva Jersey, llegó a Nueva York con el sueño de ser artista; por su parte, Robert, hijo de la clase media conservadora norteamericana, ansiaba lo mismo. Ambos se conocieron de manera accidental en la gran ciudad, hecho que cambió para siempre el curso de sus vidas.  Sus personalidades, casi opuestas, se complementan de manera tal que ambos inciden permanentemente en sus posteriores obras; mientras Robert era más extrovertido y sociable, ella era más bien tímida y callada. A medida que transcurre el tiempo, Robert comienza a frecuentar personas y ambientes cada vez más glamorosos y sofisticados, sectores sociales que incomodaban a Patti, pues ella era una chica común y corriente de modales poco refinados. Me encanta la sinceridad con la cual expresa: “Mis modales en la mesa horrorizaban a Robert. Yo lo percibía en su modo de apartar la mirada y volver la cabeza. Cuando comía con las manos, le parecía que llamaba demasiado la atención, aunque él llevara sobre el torso desnudo varios collares de cuentas y un chaleco de piel de carnero bordado. Nuestros reproches solían dar paso a las risas, sobre todo cuando yo señalaba aquellas discrepancias. Mis modales no mejoraron nunca, pero su indumentaria atravesó algunas etapas extremadamente estrafalarias”.

Éramos unos niños relata el enrevesado peregrinaje de estos personajes, juntos y separados, pasando por todo tipo de dificultades: problemas económicos, prostitución y crisis existenciales, pero siempre unidos por el amor al arte. En un comienzo fueron pareja, luego amigos y compañeros de trabajo, por eso es difícil categorizar la relación entre ambos, ya que escapa a todo convencionalismo rompiendo las normas preestablecidas para el amor. Creo que ésta es la historia de un amor sin prejuicios, sin rencores ni rivalidades, en donde la comprensión y la complicidad eran lo fundamental. En definitiva, se trata de un amor para admirar pese a que ambos tuvieron posteriores parejas y terminaron por caminos separados.

Sin embargo, lo atractivo es que no estamos únicamente ante un libro que retrata esta entrañable historia de amor de sus protagonistas, sino también es un libro dedicado al arte. Éramos unos niños es una aproximación a lo que fue su camino hacia la fama y el éxito; en donde Patti nos cuenta lo que sucede antes de convertirse en las estrellas que fueron después, es decir, antes de convertirse en los artistas consagrados de hoy. La incesante sed de arte es uno de los principales tópicos de esta historia, pues se trata al mismo tiempo de una búsqueda de identidad y reconocimiento, algo indispensable para todo artista.

A punta de esfuerzo y perseverancia, Patti y Robert se fueron integrando al círculo artístico underground de Nueva York, aquel en donde imperaban las aventuras, las drogas duras y, sobre todo, el rock and roll. Lo interesante es comprender cómo estos dos jóvenes, provenientes de familias totalmente alejadas del mundo del arte, logran ingresar, con talento y creatividad, a ese selecto grupo social. Janis Joplin, Jimi Hendrix, Allen Ginsberg y Andy Warhol son algunos de los artistas que solían frecuentar los protagonistas durante los agitados días en el mítico Hotel Chelsea; la autora narra diversas anécdotas vividas junto a ellos, en donde la imaginación era la invitada primordial. De este modo, el arte aparece como un refugio recurrente ante la soledad, pero también como modo de conocerse a sí mismos. Fuera de la academia y los tecnicismos, intentaron ser artistas: Robert en la fotografía, Patti en la poesía y la música. A lo largo de los años intercambiaron los roles de artista y musa, apoyándose mutuamente en el proceso creativo; siempre cómplices, no se separaron hasta alcanzar sus objetivos. “El muchacho que yo había conocido era tímido y tenía dificultad para expresarse. Le gustaba dejarse llevar, que lo cogieran de la mano para entrar sin reservas en un mundo distinto. Era masculino y protector, pese a ser femenino y sumiso. Meticuloso en su vestuario y modales, también era capaz de un desorden atemorizante en su obra. Sus mundos eran solitarios y peligrosos, y vaticinaban libertad, éxtasis y liberación”.

Este libro de Patti Smith nos hace reflexionar sobre el amor y el arte, ¡qué perfecta combinación! Estoy demasiado feliz de haberme cruzado con este pequeño tesoro. Éramos unos niños es definitivamente un libro que quiero volver a leer.


Portada del libro
Editorial: Lumen
Pgs: 304

domingo, 12 de julio de 2015

En el camino, Jack Kerouac (1957)

Daré inicio a este blog con el último libro leído: En el camino (On the road). Hace tiempo que tenía curiosidad por leer este libro, así que lo encargué a la grosa página de The Book Depository y demoró más o menos un mes en llegar a casa. La verdad es que empecé a leerlo hace algunos meses atrás y avancé unas cuantas páginas, pero no enganchaba con la historia, se me hacía pesada y confusa y ahí quedó. Sin embargo, decidí darle una segunda oportunidad después de harto tiempo sin tomarlo y así comenzar de cero. Creo que fue una buena decisión, porque la segunda vez que pesqué el libro no lo solté hasta terminarlo.

En el camino es un libro publicado originalmente en inglés el año 1957 por el escritor y poeta norteamericano Jack Kerouac (1922-1969). El libro, con marcado carácter autobiográfico, narra las andanzas del entusiasta Sal Paradise (el álterego de Kerouac) mientras recorre los Estados Unidos a bordo de autos y camiones ajenos, siempre en busca de nuevos estímulos  y amistades. La novela relata, en cinco apartados, los cinco viajes que realiza Paradise antes de 1951, y comienza con la llegada a Nueva York del extraño y misterioso Dean Moriarty (Neal Cassady en la vida real), el mítico hipster, un tipo loco que irradia mucha energía y que rápidamente seduce a Paradise. “Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera”. A lo largo del relato en primera persona de Sal Paradise nos internamos de manera intensa en la carretera, la cual representa un estilo de vida romántico y bohemio: sin restricciones, ni reglas, ni comodidades, pero sí mucha libertad y camaradería.  


En la vida real: (de izq. a der.) Neal Cassady y Jack Kerouac

A medida que avanzamos la lectura nos vamos encontrando con nuevos y estrafalarios personajes –como Chad King, Carlo Marx, Marylou, Tim Gray, Ray Rawlins, Elmer Hassel y Camille, entre muchísimos otros–, cuyas historias se entrelazan sucesivamente a lo largo y ancho del país –desde Nueva York, pasando por Chicago, Cheyenne, Denver, San Francisco, Texas, San Luis, hasta llegar a México DF. Y quizás a aquello se deba mi confusión inicial, puesto que eran demasiados nombres y lugares que recordar.

En el camino se articula, principalmente, a mi modo de ver, en torno a la intensa amistad que traban Sal y Dean. En toda la novela es posible apreciar el profundo sentimiento de admiración que Dean despierta en Sal, llevándolo a iniciar sus viajes en la carretera. Sal es un joven escritor que vive tranquilamente con su tía en Nueva York, mientras que Dean es un alocado vagabundo que ha pasado por distintos reformatorios y que acostumbra a robar autos; sin embargo, sus caminos se unen y desunen, y eso no lo olvidarán jamás. El amor que Sal siente hacia Dean es fiel, único, desinteresado, pero por sobre todo no correspondido: Sal es capaz de renunciar a todo para poder disfrutar de la carretera con Dean, pero éste llega a deshacerse de él en cuanto se le presenta la ocasión. "Tuve de pronto la visión de Dean, como un ángel ardiente y tembloroso y terrible que palpitaba hacia mí a través de la carretera, acercándose como una nube, a enorme velocidad persiguiéndome por la pradera como el Mensajero de la Muerte y echándose sobre mí. Vi su cara extendiéndose sobre las llanuras, un rostro que expresaba una determinación férrea, loca, y los ojos soltando chispas; vi sus alas; vi su destartalado coche soltando chispas y llamas por todas partes; vi el sendero abrasado que dejaba a su paso: hasta lo vi abriéndose camino a través de los sembrados, las ciudades, derribando puentes, secando ríos. Era como la ira dirigiéndose al Oeste. Comprendí que Dean había enloquecido una vez más". La amistad entre ambos personajes es el motor que hace andar a esta novela, porque ésta es también la evolución de una larga y extraña amistad.

Las casi cuatrocientas páginas de En el camino están colmadas de anécdotas, propósitos y despropósitos. Cada nueva página trae consigo una historia nueva y escenarios distintos. Creo que allí radica la particularidad de esta novela, pues es capaz de mantener nuestra atención sin la necesidad de narrar hechos demasiados extraordinarios, sino que lo hace mediante una novedosa forma de nombrar lo que todos conocemos.

En este sentido, debo señalar que me llama mucho la atención el singular estilo de escritura que utiliza Kerouac. Sin siutiquerías ni prosas rimbombantes, esta obra está escrita de manera espontánea y con un lenguaje muy coloquial, no olvidemos que intenta representar a toda una generación fuera de la norma norteamericana de ese entonces. A menudo, me encontraba con palabras o frases que no entendía del todo, y es que esta edición (de Anagrama) es española, por lo tanto, la informalidad original se transforma en informalidad española, no siempre entendible de buenas a primeras. Es importante mencionar que Jack Kerouac tardó solo tres semanas en escribir En el camino, un viaje que realizó durante casi siete años. De ahí que se pueda desprender esta sencillez en la escritura y la poca preocupación por el lenguaje estético.

En el camino ocupa un lugar muy importante en la literatura estadounidense. Estamos frente a un libro atrevido y turbador, en el cual la carretera aparece como escuela y como educación frente a la conservadora y exitista sociedad estadounidense de mediados del siglo xx. Estos jóvenes representan la respuesta de la dolida sociedad de la posguerra, aquella que intenta encontrar el sentido de la vida a través de actitudes y escenarios poco convencionales. A  través del relato van apareciendo y desapareciendo constantemente los suburbios y ‘extrañas’ costumbres de negros y latinos, retratados como formas de vida opuestas al American way of life, de las cuales los protagonistas se nutren y toman ciertos elementos. El retrato de lo feo y lo sucio de la sociedad estadounidense, a través de las drogas, el sexo y la pobreza, es uno de los elementos más poderosos de esta novela, pues intenta encumbrar una contracultura opuesta a la artificialidad y consumismo reinantes. Esta sensación de vacío es ilustrada en la siguiente cita: “Y quería ser negro, considerando que lo mejor que podría ofrecerme el mundo de los blancos no me proporcionaba un éxtasis suficiente, ni bastante vida, ni alegría, diversión, oscuridad, música; tampoco bastante noche. Me detuve en un puesto donde un hombre vendía chiles en bolsas de papel; compré un paquete y me lo comí paseando por las oscuras calles misteriosas. Quería ser un mexicano de Denver, e incluso un pobre japonés agobiado de trabajo, lo que fuera menos lo que era de un modo tan triste: «un hombre blanco» desilusionado”. Viajes sin sentido en busca de algo: Dean como viaje y el viaje como libertad.


Portada del libro
Editorial: Anagrama
Pgs:396

miércoles, 8 de julio de 2015

Breve historia de este espacio

Para empezar, mi interés por los libros es un interés más o menos reciente. Durante mi época del colegio, nunca me sentí verdaderamente atraída hacia ellos: en su mayoría, los encontraba empalagosos, lateros, fomes; o simplemente no me hacía el ánimo, leyéndolos muchas veces a desgana. En mi casa se lee y harto. Mis padres siempre están con un libro en el velador y compartiendo sus lecturas. A mis hermanos, también, siempre les vi invertir en libros. Pero yo estaba aún lejos.

Cuando entré a la universidad, por la carrera que elegí, tuve que aprender a leer, o sea: tuve que aprender a comprender lo que estaba leyendo. Si no lo hacía moriría en el intento. Afortunadamente me crucé con un chiquillo que, sin darse cuenta, despertó en mí el cariño hacia los libros y la literatura; eternamente con un libro bajo el brazo y dispuesto a infinitas conversaciones… a ti, muchas gracias.

Mi relación con los libros deviene en algo mágico. Porque el repetido y fastidioso cliché es cierto: los libros son la mejor forma de desconectarse de la vida real. Son capaces de llevarnos a conocer nuevos lugares, guían posibles nuevas rutas y nos hacen querer ser amigos de entrañables personajes pero, sobre todo, abren nuestros ojos a nuevas culturas y experiencias. En definitiva, nos permiten comprender que existen pluralidades de vidas distintas, y eso es lo que más valoro.

Cuando termino de leer un libro queda esa sensación de vacío y curiosidad, es por eso que decido convertir esas sensaciones en aún más letras. Me ilusiona la posibilidad de comentar y compartir mis lecturas, es por eso que inicio este espacio para hacer reseñas (y no críticas) sobre los libros que leo. Este año he estado muy productiva, por tanto, tengo un montón de material para poder comenzar, y otro tanto en mi lista de libros por leer.

Que un libro no falte jamás en el bolso.




[Escribo para mí, para quien lea y para perder el miedo al ridículo]