"Entendí que mi incapacidad para el cambio sería mi perdición, como el árbol que la tormenta quiebra porque no sabe doblarse"
¿Qué es lo buscamos hasta incansablemente, pasando a llevar a nuestros seres queridos, nuestras certezas, e incluso a nosotras mismas? M., la protagonista de esta novela, lo descubre cuando por casualidad en París visita una muestra artística de un afamado pintor, L. Las emociones y sentimientos que despierta la obra de L sumergen a la protagonista en la más pura conmoción y búsqueda de sentido: a hacerse aquellas preguntas que nunca antes se había hecho y a sentirse acompañada en este camino. ¿Acaso este pintor podría ayudarle a desentrañar semejantes embates? ¿Qué es aquello que otros ojos nos pueden mostrar sobre nosotros mismos? La obra de L simboliza para M una suerte de espejo, un reflejo en el cual mirarse y abrirse hacia la luz.
Años después, esa conmoción la lleva a escribirle a L. y ofrecerle pasar una temporada en la cabaña que construyó junto a su marido Tony —su “segunda casa”— con el sueño de recibir a artistas. M. quiere tener cerca al hombre cuya obra fue un espejo para su propia inquietud. Espera que él pueda darle las claves para entender aquello que la desborda. Pero, como ocurre tantas veces, los otros no están ahí para cumplir nuestras ficciones. M. reflexiona: "¿Por qué vivimos tan dolorosamente en nuestras ficciones? ¿Por qué sufrimos tanto por cosas que nosotros mismos nos hemos inventado? He querido ser libre toda mi vida y no he sido capaz de liberar ni el dedo meñique del pie".
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Racehl Cusk, 1967, Canadá. |
Rachel Cusk, escritora canadiense nacida en 1967, es conocida por su trilogía de autoficción (A contraluz, Tránsito, Prestigio). Segunda casa es su primera novela tras ese ciclo, escrita en primera persona singular como una larga carta a un amigo ausente, Jeffers. La narración avanza entre recuerdos, observaciones y silencios: una prosa delicada, incisiva, profundamente femenina, llena de fisuras, deseos y dolor: "Yo necesito llegar a la verdad de las cosas y cavar y cavar hasta sacar a la luz dolorosamente".
La novela explora con maestría el triángulo autoconocimiento–pareja–maternidad. Tony, su actual marido, es su lugar seguro, pero también un extraño: "Entre dos personas tan distintas como Tony y yo hace falta un acto casi de traducción, y en momentos de crisis es muy fácil que algo se pierda en ese acto. ¿Cómo podíamos estar seguros de que nos entendíamos?". Justine, su hija de un matrimonio anterior, representa una forma de ajenidad aún más dolorosa. ¿Es la relación madre-hija, por definición, un malentendido constante? M. parece pensar que sí: "Valoro las restricciones de la negación deliberada, el autoengaño y la costumbre de no llamar a las cosas por su nombre entre los miembros de una familia, porque de ese hilo finísimo cuelga nuestra creencia de nosotros mismos".
M., a través de su correspondencia con Jeffers, hace un repaso magistral de su vida, desde su infancia, la relación con sus padres, su primer matrimonio, su hija Justine, su enamoramiento con Tony, y la vivencia de su feminidad en el constante anhelo de construir su propia capacidad de expresarse, pues, toda su vida ha actuado en conformidad a otros, ocultándose bajo la imagen que otros han creado de ella. A mi modo de ver, Segunda casa es, en muchos sentidos, una novela sobre el lugar del arte en nuestras vidas: cómo nos interpela, nos desnuda y nos transforma. Pero también es una novela sobre el desencuentro, con los otros y con una misma.
Compré este libro en un viaje a Buenos Aires, y lo leí en un solo fin de semana. Me atrapó. Lo recomiendo no solo por su estilo afilado y su potencia emocional, sino porque nos deja pensando en ese lugar huidizo donde se cruzan el arte, la identidad y el deseo.
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Portada del libro Libros del Asteroide 184 páginas |