“La igualdad de oportunidades es un factor corrector de la injusticia necesario desde el punto de vista moral. Pero es un principio reparador, no un ideal adecuado para una sociedad buena”
Michael Sandel, filósofo político y profesor estadounidense, abre este libro explicando cómo funciona el acceso a la educación universitaria en Estados Unidos y cómo en las últimas décadas se ha reformulado el significado del mérito. En sociedades en donde se cree que las credenciales educativas resuelven los problemas de las aspiraciones individuales y la justicia social, ampliar/masificar el acceso a la educación superior fue la respuesta a la hora de diseñar y aplicar políticas para corregir la desigualdad. Pero, a juicio del autor, el primer problema de la meritocracia es que las oportunidades, en realidad, no alcanzan -o no se reparten- para todos/as por igual.
Durante años se han impuesto en el imaginario colectivo la educación y el “trabajo duro” como vehículos para salir de la pobreza y alcanzar una vida digna. En las décadas de los 80 y 90, irrumpió con fuerza la idea del mérito como factor de movilidad social. Esta idea se basa en algunas premisas claves: (i) que la movilidad -en estricto rigor, el ascenso social- depende del esfuerzo y capacidades personales de cada uno/a, y (ii) que los estudios y, en consecuencia, el trabajo remunerado son premiados a través de acceso a mejores oportunidades y calidad de vida. Sin embargo, la idea de que nuestro destino está en nuestras manos es peligrosa para la construcción del bien común; en palabras de Sandel, felicita a los “ganadores” y denigra a los “perdedores”. La idea de que el sistema premia a los ganadores, les lleva a considerar que su éxito ha sido fruto de su esfuerzo y talento, olvidando todas las ventajas y facilidades que han recibido, incluso desde antes de nacer, y, además, “cuanto más nos vemos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, menos probable es que nos preocupemos por la suerte de quienes son menos afortunados que nosotros”. En definitiva, el éxito, como señal de virtud o riqueza, que nos hemos ganado merecidamente, esconde una falsa idea de igualdad.
Michael Sandel, 1953, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018. |
Además, esta hiperagencia, tan presente en los discursos políticos y publicitarios, del tipo “tu educación te llevará tan lejos como seas capaz”, contribuye a erosionar la dignidad del trabajo y, con ello, la estima social que hasta entonces han tenido las personas que no habían estudiado en la universidad, culpando, de este modo, a los trabajadores diciéndoles que la razón de sus problemas radica en su inadecuada formación académica. Desde este análisis, la meritocracia -basada en la educación- como fuente de movilidad social contribuye a profundizar las diferencias y desigualdades entre los individuos, generando malestar, frustración y desesperanza, esta última como una forma de descontento más desmoralizadora.
Cuando se utiliza la educación superior como única vía de acceso a una “vida mejor” y superar las aflicciones económicas, se omite la desigualdad estructural, y es que el acceso a la educación superior no puede ser la única solución a la desigualdad o a salir de la pobreza. Tal como dice el autor, “una sociedad buena no puede tener tan solo como premisa la promesa de escapar”, esto contribuye a diluir la construcción de una sociedad más inclusiva y respetuosa con la dignidad de las personas.
¿Cómo construir una sociedad en donde todas y todos tengamos y ocupemos un lugar? La reducción de la desigualdad tiene importancia normativa, pues, no solo perjudica el progreso económico, sino también amenaza la cohesión social, y con ello, el sentido colectivo y la gobernabilidad de los países. Gobernar no es solo administrar un Estado con personas capacitadas para ello. Gobernar es un ejercicio que "requiere de sabiduría práctica y virtud cívica, es decir, de las aptitudes necesarias para deliberar, con empatía, sobre el bien común, y tratar de hacerlo realidad [...] Por eso, la idea de que los mejores y los más brillantes son preferibles como gobernantes es un mito nacido de la soberbia meritocrática", y que no ha servido para que el gobierno de los países sea más eficaz: solo lo ha vuelto menos representativo, aumentando la distancia entre elite gobernante y ciudadanía. De esto tenemos que aprender y, posterior a las elecciones de este domingo, tengo esperanzas en la construcción de una sociedad más digna, justa y cariñosa.