domingo, 20 de enero de 2019

Chicas muertas (2014), de Selva Almada

“Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza”



A Selva Almada la conocí gracias a un amigo librero, y este libro, en particular, lo encontré en la Biblioteca de Santiago: apenas entré a la sala de autores contemporáneos, fue el primero que vi. Coincidencias, pienso ahora. Lo pedí, lo llevé a la playa, y lo leí en menos de dos días. Me impactó más por lo que cuenta que por cómo está escrito —a ratos me costaba seguirle el ritmo, porque vuelve y revuelve sobre los mismos temas—, pero eso, con el paso de las páginas, dejó de importar: Chicas muertas es un libro que incomoda, que duele, y que interpela.

Selva Almada —escritora, poeta, narradora— nació en Entre Ríos, y se define como una “chica de provincia”. Esa identidad la atraviesa por completo, tanto en su mirada como en su escritura. En este libro, esa pertenencia a lo rural es clave: las escenas transcurren bajo el sol que cae a plomo, en caminos de tierra, en casas humildes, entre siestas densas y micros desvencijadas. Son lugares pequeños, invisibilizados, donde lo que no se ve no existe, y por eso, lo que no se nombra, tampoco duele. El campo no es solo un telón de fondo, sino un escenario social que opera como engranaje del silencio


Selva Almada, escritora autodefinida "chica de provincia". 


Esta crónica literaria reconstruye el asesinato de tres adolescentes en provincias argentinas durante los años ochenta. Crímenes sin culpables, sin justicia, sin explicación. En ese tiempo, aún no existía el concepto de “femicidio” en el discurso público, pero ya existían, por supuesto, las muertas: “tres adolescentes de provincia asesinadas en los años ochenta, tres muertes impunes ocurridas cuando todavía, en nuestro país, desconocíamos el término femicidio”. Se trata de una crónica narrada en primera persona, íntima y lúcida. Y sobre todo, política. Porque más allá de las muertes, Chicas muertas habla de cómo fuimos y seguimos siendo educadas las mujeres: en el miedo, en la ignorancia, en el silencio cómplice. “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando”.

Como lectora, lo que más me conmovió fue que esas muertes —ocurridas hace más de 30 años en pueblos lejanos— podrían haber pasado ayer, aquí, al lado. Según datos del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, en Chile, al 20 de enero de 2019, en Chile se registran 5 femicidios consumados y 6 femicidios frustrados. Está pasando hoy: el libro como una interpelación constante a nuestra actualidad; el libro como una bandera política.

Chicas muertas no es una lectura cómoda. Pero necesitamos leerlo, necesitamos seguir armando historias, contando verdades, incomodándonos, y alzando la voz para que nunca más.


Portada del libro
Editorial: Random House
185 páginas