Conocí a Amélie Nothomb en idas y venidas a librerías, y porque mi amiga Marine, precisamente belga, me la recomendó también, pero otro libro que lamentablemente no encontré esa vez: Metafísica de los tubos (Ahora ya lo tengo, jeje). Es bacán poder decir que este libro lo pedí en la Biblioteca de Santiago; me hice socia y existen miles y miles de libros hermosos, completamente gratis, a los que puedes acceder. Puedes ir y estar toda una mañana leyendo y buscando nuevos títulos. ¡Estoy tan feliz!
Amélie Nothomb es una escritora y poeta belga, mujer extravagante, excesiva, para algunos quizás. Es interesante ver que casi todos sus libros en la Editorial Anagrama traen en su portada fotografías personales de la escritora: muchas son retratos de ella en diferentes poses, hay fotos de adulta y otras de niña también. ¿Egocentrismo? ¡Me encanta! Mucha gente la ama; es una autora de culto, y mucha gente está hablando de ella. En internet puedes encontrar distintas opiniones sobre su obra, sin embargo, todos concuerdan en lo especial y único de su escritura: su autenticidad.
Biografía del hambre es, ciertamente, una de sus obras más renombradas. Habla de sus problemas y laberintos internos durante su niñez; es un libro fugaz, pero intenso, que no sigue una trama específica; se trata más bien de una nota autobiográfica. Lo interesante es cómo de un tema aparentemente normal y cotidiano, la autora va elaborando atractivas historias. Elocuentes, pero a su vez muy pausadas.
Amélie nos cuenta de manera irónica algunos hechos trágicos: su anorexia adolescente, su vida nómade circulando por varios países debido al trabajo de su padre, su infancia solitaria, sus miedos y frustraciones. A lo largo de las páginas Amélie nos va contando ideas sueltas, recuerdos pasajeros y experiencias vividas, pero siempre volviendo a ellas a través de la memoria de una niña pequeña. Este tipo de narración, ingenua y, al mismo tiempo, audaz, resulta muy atractiva, pues, su torbellino de ideas toma vida y una va leyendo rápidamente el libro, casi sin parar, ya que cada capítulo trae ideas frescas, que puedes retomar una y otra vez.
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Queen Amélie. |
En el libro, Amélie nos habla del hambre, pero no solo de hambre de alimentos y sed de agua, sino el hambre como curiosidad y vocación. La autora nos va contando sus variados apetitos: el chocolate, ser el centro de atención del universo, su hermana Juliette, su precoz alcoholismo, su hambre de amores, de lectura y de escritura; en definitiva, el hambre como búsqueda insaciable, lo que puede leerse como el no-conformismo. Tal como lo enuncia categóricamente la autora: “Conviene precisar, además, que mi hambre debe entenderse en su sentido más amplio: si sólo se hubiera tratado de hambre de alimentos no habría sido tan grave. ¿Pero existe eso de tener sólo hambre de alimentos? Por hambre yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo”.
La autora también nos habla de lo sublime y lo bello, el “hambre de belleza”, especialmente en los libros. La escritura y los libros. Me encanta cómo la autora describe ese encuentro con la belleza, porque me identifica totalmente cuando lo veo enfrente mío también: “a la vuelta de una frase que no aportaba demasiadas informaciones suplementarias, se produjo un fenómeno increíble: un influjo recorrió mi columna vertebral, mi piel se estremeció, y pese a la temperatura ambiental de treinta y ocho grados, se me puso la carne de gallina [...] Acabé por averiguarlo. Aquella frase era hermosa: lo que había ocurrido era la belleza”. ¿Les pasa lo mismo cuando leen algo bello, o escuchan una frase hermosa? A mí, mucho.
Distintos temas me gustaron y llamaron mi atención a lo largo del libro. Sobre la infancia, desde muy niña, Amelie se autoproclama Dios. La autora siempre se sintió por sobre el resto de sus compañeritos de escuela: más lista y más atrevida. Desde chica se sintió diferente, una niña protagónica en diversos aspectos, dueña de su historia y destino, como al menos a ella le gustaba creer en ese entonces. En Nueva York, en donde fue la reina de su clase, todos le admiraban. Y es que la infancia, en general, trata precisamente sobre uno mismo, ¿no? Un niño o niña sintiendo miedo, alegrías, confusiones. Amélie retrata la infancia como el más puro y sublime egocentrismo, y esa capacidad para describir hechos y sentimientos sobre su propia infancia es un tópico frecuente en la obra de esta escritora.
Hija de diplomáticos, la familia Nothomb vive en Japón, EE.UU., China, Bangladesh… Y ella recuerda, olfatea, revive cada país con intensidad sensorial. Japón y Nueva York son sus favoritos; ahí se siente libre, identificada. En cambio, otras ciudades, como Pekín, son descritas sin filtro alguno: “lo más parecido a un campo de concentración en materia de hormigón”. Ese tono descarado, entre la ironía y la furia, es algo que define su estilo. La extranjería se vuelve un sentimiento profundo: no pertenecer, no encajar, incluso en el propio país de origen. En su corazón, Amélie es japonesa: delicada, elegante, exagerada. El desarraigo aparece una y otra vez como experiencia fundante. “Tenía razón: suya era la ciudad gigante. Los lugares de nacimiento son absurdos: no podía haber nacido en un pueblucho, cuando ella tenía la altura y la elegancia del Chrysler Building”.
Amélie escribe con una mezcla de lucidez, humor y ternura. Este es el primer libro que leo, y me dejó muy buenas sensaciones. Ágil, raro, atrevido. Mientras escribo esta reseña, me resuena una de sus frases: “El hambriento es un ser que busca”. Y sí, definitivamente, ¡yo soy una hambrienta!
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Portada el libro Editorial Anagrama 206 páginas |