domingo, 11 de diciembre de 2016

La Hondonada, Jhumpa Lahiri (2013)

La Hondonada es el relato de una tradicional familia india, a lo largo de casi setenta años. Los hermanos Subhash y Udayan viven con su ma y baba en Tollygunge, un barrio pobre y marginal en Calcuta. Subhash es el mayor, un chico inteligente, responsable, tranquilo y muy apegado a los consejos de sus padres. En cambio, Udayan desde pequeño se mostró inquieto y curioso, cuestionando las normas impuestas en casa y en la desigual sociedad india.

Ambos hermanos pasan su infancia entre la hondonada, inventando historias y juegos para distraer las tibias tardes. Sin embargo, a medida que van creciendo y estudiando, sus caminos comienzan a separarse. Los ideales socio-políticos de Udayan, muy ligado al pensamiento leninista que marcó fuertemente a ciertos sectores en la India durante los sesenta, fueron sentando el precedente que los alejaría inexorablemente. La lucha armada, la protesta y la resistencia se convirtieron en la prioridad del joven, distanciándolo de su familia y acercándolo a sus sueños de una sociedad más justa y mejor. Por otro lado, el obediente Subhash decide continuar sus estudios de postgrado en Rhode Island, Estados Unidos, en donde vive durante años, manteniendo escaso contacto con su familia. Es la historia de dos hijos que optan por nuevos caminos, muy diferentes a los propuestos por sus padres; ambos, de manera muy distinta, desafían la conservadora cultura india donde se criaron.

El anterior es un punto muy interesante, ya que la autora consigue conjugar dos escenarios muy disímiles: la moderna ciudad occidental, Rhode Island, con el humilde barrio de Calcuta, Tollygunge. La modernidad versus la tradición, entendidas como dos mundos tan disímiles, en un mismo hilo conductor. Lahiri avanza y recorre distintas épocas y escenarios, detallando la vida cotidiana –costumbres, usos y maneras– de manera tan rica y sencilla que nos atrapa en las más de cuatrocientas páginas de historia. La autora tiene una capacidad increíble de crear imágenes, de elaborar ambientes complejos que nos permiten pasear entre ellos, imaginando nuestros pasos en aquellos lugares tan lejanos entre sí.

Jhumpa Lahiri


Por otro lado, pese a las diferentes figuras que se toman la historia, y con marcado protagonismo de Subhash, La Hondonada es, definitivamente, una historia familiar: se trata de aceptar la familia tal cual es. Lo que intenta remarcar Lahiri, a mi modo de ver, es que a pesar de las diferencias de ideales o sueños se acepta la familia como lo más importante. Asimismo, contrariamente a la distancia física, los años y las diversas situaciones que se suceden, la familia, el cariño, el perdón y el respeto mutuo es lo que queda como piedra angular. La Hondonada, sin embargo, nos narra la historia de una familia rota: “Pero ahora la distancia entre ambos no era puramente física, ni siquiera emocional. Era insalvable. Eso le provocó un arrebato tardío de responsabilidad. Un intento, cuando ya no tenía importancia, de estar presente”.

Lahiri elabora unos personajes muy ricos, muy complejos, especialmente los personajes principales. A lo largo del libro vamos descubriendo las vidas de Subhash, de Gauri, de Udayan, y cómo van experimentando el sufrimiento y la ausencia, luchando por revertir sus destinos -todos ellxs de formas muy diferentes. En este sentido, destaco la elaboración de los personajes, el alto detallismo en la caracterización de cada uno de ellxs. La autora nos hace (re)-conocerlos, y así poder sumergirnos de lleno en la historia; nos permite imaginarnos sus poses, sus ideas y sus sentimientos: nos provocan cierta empatía, podemos llegar a comprender su dolor.

Siempre acostumbro a subrayar mis lecturas, siento que así les tomo el peso –o lo que sea. Sin embargo, en este libro casi no tuve oportunidad de hacerlo, y no fue por la poca densidad de la trama, sino al contrario, porque cada párrafo o frase debía ser leída en contexto, pues, ahí adquiría relevancia y forma.

Este libro lo encontré en la casa de mis papás y me llamó mucho la atención porque, además, ya había escuchado sobre Jhumpa Lahiri. Me iba de viaje y necesitaba llevar un libro conmigo. Fue una buena decisión: los largos viajes y la ruta por Perú y Ecuador me hacían devorar cada página. En definitiva, este libro me gustó mucho, es una historia lindísima, no dejé de leerla hasta terminarla porque es una historia emocionante en donde la autora nos presenta una rica capacidad para dibujar sentimientos. Además, Lahiri toca diversas temáticas siempre contingentes: la emigración, la interculturalidad, las nuevas formas de hacer familia, la posición de las mujeres en contextos contemporáneos, la lucha por una mejor sociedad, entre otros.

Jhumpa Lahiri es una escritora de origen indio nacida en Inglaterra. Vivió su infancia y juventud en Estados Unidos; sin embargo, en la actualidad vive en Roma. Es este constante movimiento migrante uno de los principales ejes motores de sus historias. Como vemos, un escritor/a absolutamente nunca puede desligarse de su contexto de producción, el cual va moldeando distintos acontecimientos políticos, económicos y culturales en los cuales se ve inmerso/a. Se trata de leer los textos en contextos. Me gustó mucho esta historia. ¡Perfecto regalo para navidad!

Portada del libro
Editorial: Salamandra
Pgs: 416

lunes, 21 de noviembre de 2016

El Adversario, Emmanuel Carrère (2000)

El Adversario es una crónica, un relato basado en hechos reales ocurridos en 1993, en Francia. Se trata de un trabajo de investigación y diario personal de su autor, quien nos detalla los diversos momentos por los que atravesó mientas armaba la historia. Carrère, afamado escritor contemporáneo, nos cuenta la historia de Jean Claude Romand, el falso médico que asesina a toda su familia durante un frío día de invierno. El libro comienza así: “La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel”. De esta manera, el autor nos descifra de inmediato el núcleo de la historia enferma, real y extraña que pasa a delinear. No hay un final que esperamos desentrañar, Carrère, simplemente, nos sumerge en una red de explicaciones que intentan dar sentido a los desquiciados actos del protagonista.

Emmanuel Carrère, escritor francés.
Jean Claude Romand asesina a su esposa, dos hijxs y también a sus padres. Posteriormente, intenta suicidarse incendiando su casa. Por supuesto, sale casi ileso de la situación. Desde allí comienza a revelarse una serie de mentiras y hechos –a la postre– considerados extraños por amigxs y personas cercanas al matrimonio. Las sucesivas e incesantes mentiras emitidas por Romand durante casi veinte años engañaron a todo su entorno, sin levantar jamás ni la más mínima sospecha (no adelantaré más). Romand juega a la doble vida de modo sobrio e inteligente, ganándose la confianza de todxs. Sin embargo, de un momento a otro se ve acorralado por su propia ficción, comienza a ahogarse hasta no poder soportarlo más. De manera lúcida, Carrère nos hace entrar en la mente de un loco, de un incomprendido.

La mentira y la verdad aparecen como dos caras de la misma moneda que Romand lanzaba al aire, día tras día. ¿Quién es capaz de vivir mintiendo durante tantos años? Mientras avanzamos en las páginas, nos podemos dar cuenta de la insólita personalidad del protagonista, de sus años de infancia y juventud hasta transformarse en el impostor que estremeció a todo un país. La locura, el narcisismo, una personalidad sin rumbo, un ser errante… “Una mentira, normalmente, sirve para encubrir un verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand”.

¿Cómo es posible construir una vida en base a la mentira? La creación de un propio personaje aparece como el trabajo más vanidoso de Romand: la construcción de una vida modelo. A mi juicio, lo que hace Carrère, muy principalmente, es abrir la pregunta sobre la autenticidad: ¿qué tan auténticos somos en nuestras vidas? ¿Qué es la propia verdad? Se trata, en definitiva, de la constante búsqueda del yo, hasta el fin, pese a todo y a todxs. De este modo, el constante temor a ser descubierto, a perder todo lo construido durante veinte años, tiene una única solución posible a ojos del protagonista; se trata de matar a la familia como única salida a la libertad: «No he sido nunca tan libre, la vida nunca ha sido tan hermosa»”, expresaría Romand posteriormente.

A lo largo de la historia, y en un intento por demostrar su exhaustivo trabajo investigativo, Carrère nos habla desde distintas voces: como Luc –mejor amigo de Romand–, como autor neutro y, también, como él mismo: como un escritor buscando su lugar en la trama. Esto último es uno de los aspectos que más llamó mi atención, pues, no es algo que se revise muy a menudo: cómo es que un autor intenta posicionarse en una historia que no es la suya, una historia que no le pertenece. Carrère expone, asimismo, sus dificultades al momento de embarcarse en esta empresa literaria, sus sentimientos, inquietudes y temores. Para ello, nos revela algunos pasajes de la correspondencia que mantenía con Romand, mientras éste estaba en la cárcel, evidenciando la complejidad que resultó ser este proyecto para él como escritor y, al mismo tiempo, como ser moral. “«Querido Jean Claude Romand –escribía Carrère–: Hace ya tres meses que empecé a escribir. Mi problema no es la información, como pensé al principio. Es encontrar mi lugar ante su historia»”.

El Adversario es un libro breve, se lee de manera rápida; de hecho, sólo lo leía en los ratos muertos de viajes en metro al trabajo (de manera que éstos se hacían muy cortos).  Es un libro que realmente me gustó, y lo recomendaría. Mientras leía, sentía mucha curiosidad: quería saber qué pasaría con la historia de Romand, cómo iría tejiendo su mentira, aceptando su sentencia, y celebrando su victoria. Llegué a este libro por casualidad, de tanto verlo en librerías. Emmanuel Carrére es un autor muy célebre y conocido, y éste, El Adversario, es uno de sus clásicos. Espero animarme pronto a De vidas ajenas.

Portada del libro
Editorial: Anagrama
Pgs: 176

lunes, 8 de agosto de 2016

Las Cosas, Georges Perec (1965)

Nacido en 1936, Georges Perec vivió una infancia marcada por la ocupación nazi en Francia. Sus padres –ambos judíos– murieron en un campo de concentración cuando él tenía cinco años, por esta razón su familia adoptiva le ocultó su origen, como forma de mantenerlo a salvo. De este modo, aparece el olvido como herramienta imprescindible para la sobrevivencia del joven Perec.

Desde pequeño se mostró muy interesado por el mundo de las letras y el arte. Ingresó a sociología y luego la abandona para dedicarse de lleno a sus intereses. En los años 60 Perec se unió al Taller de Literatura Exponencial, OuLiPo, el cual estaba conformado por matemáticos, pintores y escritores en un intento por unir estas disciplinas a través de la creación de novedosas formas de escritura. Este interés se vio reflejado en sus posteriores obras, entre las que destacan muy especialmente «La vida: instrucciones de uso», en donde la trama de la historia se desarrolla de acuerdo a los movimientos en un tablero de ajedrez, y «El Secuestro», obra en la cual prescinde de la letra “e”. Asimismo, en la obra de Perec la autobiografía y los escritos sobre la cotidianeidad cobran particular importancia, destacando textos como «Notas sobre lo que busco», «Me acuerdo» y «Tentativa de agotamiento de un lugar parisino». Se dice que la obra de Perec es inclasificable, pues, deambula desde la novela hasta diversas formas de expresión narrativa: conjugando su interés por la poesía, los juegos de palabras, los crucigramas, los rompecabezas y los números. Lamentablemente, en Chile poco y nada se conoce de él y su obra L (Merci beaucoup, Marine!).

Las Cosas es la primera novela de Perec, publicada en 1965 bajo el contexto convulsionado de la Francia pre mayo del 68. En esta historia, narrada en tercera persona, el autor ahonda en la vida y miseria de Jérôme y Silvie, una joven pareja pequeñoburguesa parisina atrapada en la agitada carrera por obtener las cosas, ambos sumergidos en la ansiedad consumista que ya se instalaba por aquella época.

Jérôme y Sylvie trabajaban como psicosociólogos realizando encuestas para agencias de publicidad. Vivían constantemente soñando con vidas llenas de lujos, abundancia y excentricidades, deseos que se encontraban lejos de sus posibilidades reales, puesto que apenas tenían dinero para lo básico. 

El autor se pasea por la inagotable descripción de las cosas que mueven y fascinan a los protagonistas y su grupo de amigos. Retrata la juventud parisina como deseosa de obtener más de lo que puede pagar. De este modo, la felicidad para ellos aparece en la simplicidad de las cosas: “Así vivían, ellos y sus amigos, en sus pisitos simpáticos abarrotados de cosas, con sus salidas y sus películas, sus grandes comidas fraternales, sus proyectos maravillosos. No eran desgraciados. Cierta dicha de vivir, furtiva, evanescente, iluminaba sus días”. Este retrato de juventud se repite constantemente a lo largo de la novela y nos hace deambular entre callecitas, bares, plazas y pasillos de viejos apartamentos parisinos, en donde las cosas se transforman en verdaderas protagonistas de la historia. Perec logra describir con tal detalle los objetivos y rituales sociales  de Jérôme y Silvie que nos permite imaginar perfectamente el mundo en el cual se desenvuelven. La descripción constante y bien pincelada, la numeración de las cosas y las acciones se transforman, a mi modo de ver, en el verdadero centro de la novela. Los diálogos entre los personajes escasean, más bien la atención se centra en la descripción continua.

Pero, también, Perec nos habla de la juventud, de sus bondades y su lado amargo. La juventud, divino tesoro, “el mundo iba hacia ellos, ellos salían al encuentro”. Sin embargo, experimentaban angustia, vacío y asfixia. El dinero aparece como la felicidad, y el trabajo como un medio –odioso– de alcanzarla. Perec relata el lado amargo de la juventud, de los momentos difíciles que trae la independencia y las consecuencias de las decisiones que se toman. ¿Qué tan distinto es ser joven en París en los 60, que en Santiago en el 2016? El trabajo, las amistades, los tiempos, pagar las cuentas, pensar en una vida digna y el disfrute eran los principales desvelos de los protagonistas. “Por desgracia, pensaban a menudo y se decían a veces Jérôme y Silvie, quien no trabaja no come, es cierto, pero quien trabaja deja de vivir”. ¿Qué significaba vivir, entonces? El goce de la vida, disfrutar de las cosas simples y las no tanto: un buen vino, ir al cine, tener tiempo libre para tomar un café con amigos, ir de vacaciones al mediterráneo eran opciones que podían tantear, pero sin dinero, difícilmente conseguibles. Jérôme y Silvie soñaban con días vacíos, levantarse tarde, gozar los días caminando o comiendo bien. En cambio, el trabajo agotaba sus sueños. “¡Cómo!, se dice el joven licenciado, ¿voy a tener que pasarme los días detrás de esos despachos acristalados en vez de ir a pasear por los prados floridos? ¿Voy a descubrirme lleno de esperanzas en vísperas de ascensos? ¿Voy a calcular, intrigar, tascar el freno, yo que soñaba con poesía, con trenes nocturnos, con arenas cálidas?”.

Una de las cosas más interesantes de este libro, desde mi punto de vista, es la descripción exhaustiva de los espacios y las posesiones, en suma, son las cosas que Silvie y Jérôme anhelan, pero que no alcanzan. Es este deseo por las cosas, y las cosas en sí mismas, lo que mueve esta historia, sus relaciones y acciones. De hecho, poco y casi nada sabemos de los protagonistas, salvo este deseo por obtener más y más. Jamás se describen sus personalidades o apariencias físicas, esto queda a imaginación de quien lee. En el libro podemos apreciar la reiteración obsesiva de las descripciones y enumeraciones de objetos como una especie de perfecto catálogo parisino.

¿Qué puede aportarnos esta novela a la discusión política actual? Jérôme y Silvie son un fiel reflejo de la sociedad de consumo. Esta modernidad de la historia hace de Las Cosas un libro siempre, y cada vez más, contemporáneo. Perec supo observar problemas básicos de la cotidianidad: cómo el tener se confunde con el ser: tener para ser, ser respetado, en definitiva, “ser alguien”. Tal como lo indica el autor: “Les habría gustado ser ricos. Creían que habrían sabido serlo. Habrían sabido vestir, mirar, sonreír como la gente rica. Habrían tenido el tacto, la discreción necesarios. Habrían olvidado su riqueza, habrían sabido no exhibirla”. Con fino sarcasmo y detallismo, éste es un libro que trata la cosificación de la sociedad occidental, en donde las personas nos volvemos esclavos del trabajo y de las cosas. Me gustó este libro, se lee de manera rápida y está en un lenguaje muy sencillo. 

¡A buscar más libros de Perec!

Portada del libro
Editorial: Anagrama
Pgs: 158



sábado, 26 de marzo de 2016

Capítulo 93, Rayuela -Julio Cortázar


Pero el amor, esa palabra… Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fijate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.

¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua… Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras 
como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo. Ah, si en el silencio empollara el Roc… Logos, faute éclatante. Concebir una raza que se expresara por el dibujo, la danza, el macramé o una mímica abstracta. ¿Evitarían las connotaciones, raíz del engaño? Honneur des hommes, etc. Sí, pero un honor que se deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa fuera posible.

Del amor a la filología, estás lucido, Horacio. La culpa la tiene Morelli que te obsesiona, su insensata tentativa te hace entrever una vuelta al paraíso perdido, pobre preadamita de snack-bar, de edad de oro envuelta en celofán. This is a plastic’s age, man, a plastic’s age. Olvidate de la perras. Rajá, jauría, tenemos que pensar, lo que se llama pensar, es decir sentir, situarse y confrontarse antes de permitir el paso de la más pequeña oración principal o subordinada. París es un centro, entendés, un mandala que hay que recorrer sin dialéctica, un laberinto donde las fórmulas pragmáticas no sirven más que para perderse. Entonces un cogito que sea como respirar París, entrar en él dejándolo entrar, neuma y no logos. Argentino compadrón, desembarcando con la suficiencia de una cultura de tres por cinco, entendido en todo, al día en todo, con un buen gusto aceptable, la historia de la raza humana bien sabida, los períodos artísticos, el románico y el gótico, las corrientes filosóficas, las tensiones políticas, la Shell Mex, la acción y la reflexión, el compromiso y la libertad, Piero della Francesca y Anton Weber, la tecnología bien catalogada, Lettera 22, Fiat 1600, Juan XXIII. Qué bien, qué bien. Era una pequeña librería de la rue du Cherche-Midi, era un aire suave de pausados giros, era la tarde y la hora, era del año la estación florida, era el Verbo (en el principio), era un hombre que se creía un hombre. Qué burrada infinita, madre mía. Y ella salió de la librería (recién ahora me doy cuenta de que era como una metáfora, ella saliendo nada menos que de una librería) y cambiamos dos palabras y nos fuimos a tomar una copa de pelure d’oignon a un café de Sèvres-Babylone (hablando de metáforas, yo delicada porcelana recién desembarcada, HANDLE WITH CARE, y ella Babilonia, raíz de tiempo, cosa anterior, primeval being, terror y delicia de los comienzos, romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico esperando detrás del árbol). Y así Sèvres se fue con Babylone a tomar un vaso de pelure d’oignon, nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a deseamos (pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur) y sobrevino un diálogo memorable, absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin historia (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres hacía un enorme esfuerzo, fascinado por esa manera Babylone de mirar lo gótico sin ponerle etiquetas, de andar por las orillas del río sin ver remontar los drakens normandos). Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y…

Horacio, Horacio.

Merde, alors. ¿Por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este 
balance elegíaco en que ya sabemos que el juego está jugado.


lunes, 11 de enero de 2016

Tengo miedo torero, Pedro Lemebel (2001)

Tengo miedo torero trata la historia de amistad entre La Loca del Frente y Carlos. La Loca del Frente, un transexual cuarentón, arrienda una casa en un barrio pobre de Santiago, allí conoce a Carlos, un cautivante joven universitario perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, con quien entabla una peculiar relación de amistad: Carlos necesita a La Loca para organizar las  reuniones secretas del Frente, mientras que ésta se muere de amor por él. Todo esto enmarcado en un convulsionado escenario político: el Chile dictatorial de 1986, álgido año de la dictadura, en donde las protestas, marchas y la violencia se tomaban las principales calles del país, en un intento por derrocar la dictadura de Pinochet.

Estamos frente a una novela muy especial. La trama, su escritura, su autor, en sincronía máxima. Antes leí Háblame de amores, también de Lemebel, y ya su forma de escribir llamó mucho mi atención: es súper irónica, libre, potente y muy chilena, libre de toda siutiquería (¡qué difícil!); fui buscando nuevos títulos para leer, pero la mayoría de sus obras son crónicas o relatos cortos –género que me cuesta más, hasta que caché que Tengo Miedo Torero es su única novela. La idea de leer este libro se me cruzó justo un poco antes de la muerte de Lemebel, por tanto, cuando quise comprarlo estaba agotado en todos lados. Para mi suerte, mis lindxs hermanitxs me lo regalaron (¡ J !).

Este libro es la historia de una amistad, específicamente, de un amor truncado, incompleto, en donde la protagonista indiscutida es la adorable Loca del Frente, quien, con sus melodías, risa fácil e ingenuidad, se roba todos los aplausos. Lemebel nos relata minuciosamente la compleja psicología de La Loca, su triste pasado y su difícil presente como transexual en un país todavía muy cartucho, y cómo sobrevive el día a día ya muy alejada de “las pistas”, pues, intenta forjar un presente honesto lejos de su anterior forma de vida. El pasado de La Loca marca toda la novela, de familia humilde y padre abusador, Lemebel nos cuenta sus años de miseria, alcoholismo y prostitución. Sin embargo, La Loca logra conmovernos con su espontánea alegría, ternura y música del recuerdo: en este libro son comunes las baladas, los tangos y los boleros, lo cual nos hace imaginar algún boliche perdido.

Escrita en tercera persona, Tengo miedo Torero, hila dos relatos paralelos. Por un lado, la ya mencionada historia entre La Loca y Carlos, y sus respectivos amigos, y, por otro, un burlón relato sobre Pinochet y su señora, Lucía Hiriat como protagonista. En este última, Lemebel apuesta por mostrar a una primera dama de gustos refinados pero vulgares, poco tino y mucha ignorancia. Lo particular de este relato –que, por cierto, es mucho más breve que el principal– es que Lemebel nos muestra a un Pinochet sumido por sus miedos con base en una infancia infeliz y solitaria y, por el contrario, la mala y frívola es Lucía, quien no para de cotorrear sobre el acontecer nacional desde su particular punto de vista. De este modo, estas dos historias ambientadas en el mismo año 1986, el año de las primeras protestas organizadas por la oposición en contra de la dictadura, van desarrollando dos polos opuestos: el del poder y el del mundo popular.

Tengo miedo torero es una historia que intenta provocarnos a través de la narración de la subversión política y la marginalidad sexual. Lemebel desafía lo políticamente correcto y se sumerge en el relato y visibilización de la homosexualidad abyecta y su cotidianeidad, porque La Loca, sin poder autodenominarse mujer ni tampoco hombre, nos abre todo un mundo hasta el momento oculto –su sexualidad, sus pudores, los encajes y el sudor…

A mi modo de ver, una de las claves de este libro es que no es una historia de amor común y corriente, sino que contiene muchos elementos especiales que la convierten en todo un hito de la narrativa chilena. La homosexualidad, el travestismo, la marginalidad y la ternura, todo unido bajo la pluma cursi –en el romántico sentido del término– de Lemebel. Tengo miedo torero es una historia que busca provocar nuestra moral tradicionalista, que nos habla de política, del mundo popular y de hijos huachos nacidos en cuerpos equivocados, de fluidos corporales y amoríos, siendo La Loca del Frente la protagonista indiscutida de la novela, quien viene a encarnar el desarme de un país, torturado abandonado y prostituido.

Es cierto que Lemebel logra exponer los sentimientos de La loca del Frente de una manera tan pasional y tierna que es imposible no caer ante sus encantos. Sin embargo, el autor nos muestra a La Loca bajo el perfecto estereotipo de la mujer enamorada: sumisa, atenta, servicial, con gustos muy ‘femeninos’, en suma, como una mujer dispuesta a todo por amor. Claro, sin dudas, se trata de mostrarla de la manera más ‘femenina’ posible, llegando incluso al borde de la reproducción de los estereotipos de género, ¿habrá sido necesario?

Hay quienes hablan de esta novela como un espejo de la vida del propio Lemebel. En muchos sentidos, se puede leer esta historia como la de su propio autor, artista homosexual de origen pobre. Lemebel, nacido en 1952 en Zanjón de la Aguada, vivió una infancia burlada por el hambre y la violencia física y psicológica, aristas que queda de manifiesto en muchas de sus obras, las cuales relatan la precariedad y marginalidad social, la mayoría de la veces, oculta en el quehacer literario chileno.


Maquillado y de taco alto, Lemebel fue un artista icónico de la escena artística de los años 80. En
conjunto con su colectivo cultural, Las Yeguas del Apocalipsis, el autor desde ya, intentaba desafiar el conservadurismo social de la clase política chilena, a través de llamativas presentaciones en vivo, las que incluían el travestismo y la provocación. Cabe destacar que su homosexualidad fue siempre un tema en los círculos en los cuales se desenvolvía: por un lado, Lemebel, titulado de profesor de Artes Plástica, fue excluido de la enseñanza en las escuelas, posiblemente  debido a su apariencia feminizada (por aquella época, las aprensiones eran aún mayores que ahora), y, por otro lado, su ingreso a la política, a través de la militancia en la izquierda chilena, también se vio rodeada de prejuicios, pues, su condición de homosexual le significó muchas barreras. Sin embargo, desde muy temprano contó con el generoso apoyo de diversas mujeres pertenecientes a la clase intelectual: Nelly Richard y Diamela Eltit fueron algunas de sus amigas más cercanas, lo cual demuestra la estrecha relación que el autor logró forjar con la elite intelectual chilena, lo que sin dudas contribuyó a abrirle muchas puertas –y sí, en Chile somos muy clasistas.

En suma, Pedro Lemebel se consagra indiscutiblemente como parte importante de la narrativa chilena contemporánea: su afán por querer retratar la sociedad criolla a través de una aguda mirada sociopolítica y un riquísimo humor le confieren tan preciada posición. Con la total irreverencia, osadía y originalidad de su escritura, Lemebel desafió toda norma literaria en nuestro país, hasta entonces muy conservador en su arte. Sin dudas, Lemebel es un autor indispensable en la narrativa chilena. Les invito a leerle.
Portada del libro
Editorial: Seix Barral
Pgs.: 217