domingo, 12 de abril de 2020

Léxico familiar (1963), de Natalia Ginzburg

En nuestra casa se entablaban grandes discusiones sobre la belleza y la fealdad de la gente. Aún se seguía discutiendo sobre si una tal señora Gilsa, ama de llaves de una familia de amigos nuestros de Palermo, era guapa o no lo era. Mis hermanos sostenían que era feísima, una especie de cara de perro, pero mi madre decía que era de una belleza extraordinaria [...] Y siempre se discutía durante mucho tiempo sobre si eran más feos los Colombo o los Coen, unos amigos nuestros a los que veíamos durante el verano. «¡Son más feos los Coen ¿Cómo vas a comparar a los Coen con los Colombo»- decía mi padre


Léxico familiar es un libro de memorias. Natalia Ginzburg, una de las escritoras más importantes de la Italia del siglo XX, nos habla de su infancia, de su familia y de los lugares donde vivió; en suma, se podría decir que nos habla de lo doméstico y lo común y corriente. Dicho así puede sonar poco atractivo, pero lo que más me gustó es la forma en que está escrito: con una prosa sencilla, aplicada y, a ratos, chistosa, la autora nos va introduciendo a su mundo familiar, a través de relatos fragmentados de innumerables escenas de la vida cotidiana, transformándose el libro en un verdadero material literario, objeto de diversos estudios sobre el espíritu de la época en la Italia de la posguerra. 

Algo curioso es que ella, narradora en primera persona, apenas aparece en el texto, ya que todo gira en torno a sus padres, hermanos y amigos y amigas, a quienes vamos conociendo por la forma en que la autora los describe: “Me propuse escribir un libro sobre las personas que entonces me rodeaban. En parte, porque la memoria es débil, y los libros que se basan en la realidad con frecuencia son solo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos”. Esta casi ausencia es muy interesante, ya que Natalia no inicia aparentemente ninguna exploración del yo, y se sumerge de lleno es su mundo familiar, siempre en el contexto, primero, de la resistencia antifascista y, posteriormente, de la ocupación alemana. 

Natalia Ginzburg nació en Palermo en 1916 y creció en una familia de científicos y políticos judíos de izquierda. Era la menor de cinco hermanos y solía pasar desapercibida, lo cual la convirtió desde pequeña en una tímida y ávida lectora y escritora, llena de imaginación y de historias propias. En el libro nos habla sobre los Levi -su apellido familiar- con tanto cariño y detalle que sus alcances de familia disfuncional apenas se ven. Su padre era biólogo, un hombre machista y muy gruñón, poco cariñoso y a ratos ofensivo y pesimista con su familia. Natalia recuerda: “Durante las comidas solía hablar de las personas que había visto ese día: era muy severo en sus juicios y con todo el mundo le parecía estúpido. Para él un estúpido era «un tonto». «Me ha parecido que es un grandísimo tonto», decía de alguien a quien acababa de conocer”. Mientras que su madre era una mujer pasiva, cómoda y muy sensible, que solía hacerse amigas de las empleadas, enfureciendo a su marido. Por otro lado, sus hermanos -tres hombres y una mujer- eran todos muy distintos entre sí, con gustos y temperamentos muy diferentes, con quienes poco mantenía en común, pero aun así describe su relación de manera muy cercana y dulce, como la gran familia italiana que eran, en donde el humor y los gritos eran aspectos identitarios trascendentales. Y es que crecieron felices, al margen de los grandes traumas y acontecimientos, hasta la guerra. 

¿Qué es una familia? Natalia nos muestra que, a pesar de las rivalidades, diferencias y asperezas entre sus miembros, la familia sigue irremediablemente unida a un léxico común, a un diccionario compuesto por historias, recuerdos y prácticas que unen y nos hacen regresar a la raíz: “Me llamo Natalia Ginzburg: soy aquellos que fueron antes de mí”. 

Natalia Ginzburg (1916-1991), escritora reconocida mundialmente por sus escritos sobre lo cotidiano, contribuyendo a la elaboración de la autobiografía como literatura de época.

Este año, al igual que el anterior, lo he dedicado casi exclusivamente a leer escritoras mujeres y he notado bastante la diferencia entre las historias escritas por hombres (que son las que había leído antes casi en su mayoría). Por diversos constructos socio-culturales, las mujeres percibimos la realidad de una forma muy diferente, como si tuviésemos un microscopio que nos permite observar las cosas desde un espacio más íntimo y profundo, lo que muchas veces se nos ha vendido como insignificante e intrascendente: como si lo que se observara desde un microscopio no pudiese ser letal para el mundo.  

La simpleza y claridad de la prosa de Natalia coinciden con lo que nos cuenta: sus intereses relacionados a los asuntos “menores” y privados de la vida hacen de este libro un relato tan bonito e inspirador que agradezco haberme encontrado con esta maravilla que, además, tantas risas me sacó. De hecho, el relato a ratos parece una serie, estilo Friends, en donde las peleas chicas, el cagüín y la cotidianeidad cobran un protagonismo exquisito a lo largo de las páginas. Quiero seguir leyendo a esta escritora: su visión aguda y su concentración en lo cotidiano tan imprescindibles en estos tiempos de crisis. Mi próximo Ginzburg próximo será Las pequeñas virtudes


Portada del libro
266 páginas
Editorial Lumen



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