domingo, 16 de febrero de 2020

Mapocho (2002), de Nona Fernández

Desde hace rato que Nona Fernández, escritora, dramaturga y guionista chilena, se venía apareciendo en mi camino: en el diario, en rrss, en librerías y vitrinas, pero poco sabía de ella. El año pasado fui al re-lanzamiento de Mapocho, sin mucho conocimiento más que las ganas de conocerla y fue una rica velada sobre el mismo río Mapocho -en el Teatro del Puente-, con un monólogo y ella, tan intensa hablando sobre Santiago. ¿Cómo es posible re-editar un libro después de casi veinte años y que siga sin perder vigencia? No solo posterior a los hechos del 18 de octubre, sino más precisamente, por la ruptura que encierra el Mapocho: un Santiago herido, roto desde sus inicios. 

Mapocho es una de las primera novelas de Nona, reconocida internacionalmente por sus libros Chilean electric y La dimensión desconocida. El libro, a través de distintas metáforas y simbolismos, nos cuenta la historia de Santiago, desde la poesía y la ficción, en donde el río, bajo sus puentes, arrastra muertos, basura y mugre que no quiere ser vista. Se trata de historias subalternas, de la periferia de Santiago, contada a través de los ojos de la Rucia y el Indio. Dos hermanos, cuya relación está marcada por el amor, el desarraigo y el abandono. La Rucia y el Indio crecen fuera de Chile, se van con su madre exiliados y de su padre nunca más supieron. Pero hay sitios a los que uno siempre vuelve y entre ellos está Santiago. La Rucia regresa buscando algo, pero no sabe qué ni dónde está, lo único que recuerda de su niñez es el río -el que utiliza como brújula para no perderse-, sus puentes y la Virgen, tan blanca, inmaculada e inalcanzable. Como le dice una anciana: “El poto de la Virgen. Cada vez que te pierdas, Rucia, recuerda que vivimos mirando el poto de la virgen. La doña no tiene ojos para nosotros, sólo mira a los que están del otro lado del río, así es que mientras el resto de la ciudad reza a su cara piadosa, nosotros nos conformamos con su traste”. 

La Rucia llega a La Chimba, la morada de su niñez, Recoleta colorida, aquel barrio mosaico racial y cultural desde sus inicios, situado en una posición estratégica: en el poto de la virgen, allí donde la virgen está de espaldas, es sorda y ciega, y no se entera de nada. Es el Santiago actual al cual regresa la Rucia, un Santiago “moderno”, cuya historia comienza a trazarse después del 73, agudizando aún más las fisuras de esta ciudad compleja y desigual, con diversas formas de habitarla, algunas opuestas entre sí, pero siempre atándose al imaginario de ciudad unida.

La ciudad no es solo lo físico -sus calles, plazas, casas y edificios- es también las utopías e imaginarios de sus habitantes: aquello que se anhela y no siempre se alcanza, aquello que se borra o de lo que nos aferramos para sentirnos parte. Es Santiago en constante metamorfosis. La misma que experimentó la Rucia al volver: “Santiago cambió de rostro. Como una serpiente desprendiéndose de su piel usada, la ciudad se ha sacudido plazas, casonas viejas, cines de matiné, canchas de fútbol, quioscos, calles adoquinadas, boticas y almacenes de barrio. Santiago removió sus costras y ahora ellas se van por los aires, vuelan en la memoria de la Rucia”. Los recuerdos de aquello que vivimos son los que nos dan lucidez, y nos dan una idea de los que somos; nos ayudan a responder “¿quién mierda somos?”, como se pregunta Fernández, y si nos miramos en la memoria del Mapocho, ¿qué vemos? Pedazos de un relato cíclico; nuestro relato de ciudad rota.

Nona (1971 - ) y el Mapocho.

Y en esta ciudad -tan mestiza como fuertemente europeizada- los recuerdos son los protagonistas: la nostalgia de las pichangas de barrio, los negocios abiertos con sus dueños atendiendo de mañana a tarde, los amigos y parientes achoclonados afuera de sus casas con las puertas abiertas de par en par. Es la añoranza de la solidaridad de antaño. La nostalgia de una ciudad imaginada. Los imaginarios que conviven y se superponen en la mente de la Rucia. Es en La Chimba donde se instala material y simbólicamente lo que la ciudad niega: los cementerios, los hospitales, el mercado, los indios y los inmigrantes empobrecidos. La Chimba ha sido y es lugar de frontera, pero también de diversidad; y ahí está el Mapocho, marcando la frontera entre la ciudad “decente” y la ciudad “salvaje”.

Mapocho es un libro original y necesario. Es un libro incómodo y doloroso, porque es contingente, y eso lo hace bello. Es un libro que habla de la ciudad y es esta vocación precisamente "urbana” la que tanto me gustó: a mi modo de ver, más que la trama en sí -surrealista, intensa y apasionada- es la cartografía urbana de Santiago lo más poderoso del libro. ¿Qué nos llevamos Santiago cada vez que nos vamos? “El Mercado Central, La Vega, el Mapocho, todo tenía su equivalente perdido en algún rincón del mundo. Santiago se había reciclado en la cabeza de su madre y se había desparramado para reencontrarse con ella en cada lugar al que llegaba”. Porque la madre de la Rucia y el Indio, en sus añoranzas, siempre volvía a Santiago, porque siempre se vuelve a los sitios donde se amó la vida, como dice la increíble Chavela Vargas.

El relato de Nona Fernández es exquisito, potente y mordaz, utilizando un exceso de modismos y frases típicamente chilenas me hizo recordar un poco a Temporada de huracanes de la mexicana talentosísima Fernanda Melchor (http://monteilarei.blogspot.com/2018/12/este-libro-me-llego-el-dia-de-mi.html). Vale la pena tirarse al Mapocho y dejarse llevar. En este río de palabras se mezclan las voces, hablan distintos personajes y lo llenan de vida y de dolor. Mapocho nos obliga a mirar nuestra ciudad (también ya mía), entender, o intentar entender, qué mezcla hídrida somos, y qué es lo que nos constituye.

Santiago, tan compleja e intensa, esta pequeña reseña te honra justo hoy, a días del aniversario de tu fundación, el 12 de febrero de 1541.



Portada del libro
Pgs.: 214
Ediciones Alquimia

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