miércoles, 27 de junio de 2018

La guerra no tiene rostro de mujer (2015), de Svetlana Alexievich

¿Cómo un libro puede ser tan lindo, crudo, nostálgico y valiente, a la vez? En primer lugar, y ante todo, destaco mi experiencia personal: AMÉ este libro, mi corazón no pudo más de emoción. No es un novela, no son cuentos, no son poemas. Son testimonios reales, de cientos de mujeres de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas que lucharon durante la Segunda Guerra Mundial defendiendo lo que para ellas era lo más importante: su Patria. Son mujeres -ex francotiradoras, conductoras de tanques, miembros de agrupaciones clandestinas, partisanas, enfermeras, cocineras- que sobrevivieron a la invasión, ocupación y guerra contra el fascismo entre los años 1941 y 1945. Lo que hace Svetlana es revelar los más profundos sentimientos de estas mujeres: “No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma”.


Svetlana Alexievich, periodista y escritora bielorrusa, lo dice “recordar es, sobre todo, un acto creativo”, y tal como lo enuncia el sociólogo francés Maurice Halbwachs, recordamos lo que queremos recordar,  esto es, nuestra memoria selecciona sus propios recuerdos. De este modo, las mujeres iban seleccionando sus  palabras, las cuales iban relatando a la escritora desde la comodidad de una cita en sus casas, con un café o galletitas recién horneadas, porque recordar también trae al presente los fantasma del pasado: “Todo alrededor es corriente, excepto su memoria”. Lo hermosamente político de esta obra es que la autora trabajó durante años, escuchando a cientos de mujeres, viajando por más de 200 localidades diferentes, recopilando material, historias y anécdotas en primera persona, para dar voz a quienes no la tuvieron, a quienes se la robaron. Las mujeres recuerdan el pasado con todo su cuerpo: con su mente, con su llanto y su asombro, pero también recuerdan a través de las expresiones de sus ojos y sus manos... La autora lamenta no poder “grabar” esos momentos. Hablar en nombre de quienes han sido silenciadas por más de 60 años es un acto político en sí mismo, y lo valoro enormemente. Porque el papel de un escritor/a, a mi juicio, no consiste solamente en escribir historias, se trata también de pensar qué querer transmitir con esa historia, a qué tipo de sociedad estoy contribuyendo. Veo al escritor/a como un actor clave en la historia, una voz de muchas otras voces.


El trabajo de Alexiévich es un fino trabajo periodístico. Las entrevistas efectuadas lograron explorar las capas más oscuras de la vida humana, ahondando en deseos frustrados, amores y otros temas, que pocos géneros son capaces de llevarlo a la luz, como es el caso de la poesía, por ejemplo. Pero al mismo tiempo, es un trabajo que bien podría catalogarse de antropológico o de la sociología de la memoria, pues, se unifican relatos sobre el contexto o escenario en donde estas mujeres eran las sujetos protagonistas. Vestimentas, formas de relacionarse, rituales, se describen con tal detallismo que nos permiten entrar directamente en la Guerra.

El libro tiene 17 capítulo, y en cada uno de ellos, Svetlana realiza una pequeña introducción para luego dar paso a sus protagonistas, quienes se toman literalmente la obra. La voz de la autora se puede apreciar en escasas intervenciones, pues, lo que ella intenta es ceder su espacio a las mujeres que se auto-retratan sin parar a lo largo de las páginas.

Svetlana Alexiévich, escritora y periodista bielorrusa. Reconocida con el Premio Nobel de Literatura 2015.
Las mujeres, actores sociales históricamente sometidas, humilladas, silenciadas, cobran protagonismo en este libro. Las mujeres estaban allí, en el Frente, curando heridas, conduciendo trenes y tanques, sin embargo, la Historia oficial las ocultó, no las quiso escuchar; la Historia las hizo desaparecer y, a su vez, ellas quisieron olvidar. Lo que hace Svetlana es contar la Guerra desde la perspectiva de los “otros”, en este gran collage de relatos hablan las mujeres, porque, concuerdo con la autora, los relatos de mujeres sí son diferentes, ellas/nosotras hablan/hablamos de otras cosas, otros colores, otros olores, otros espacios. En estos relatos no hay grandes héroes o heroínas, sino seres humanos que sufren en conjunto con la naturaleza, los animales y los árboles. Y es que todo lo que sabemos de las guerras, nos fue transmitido por hombres, contado y respaldado por hombres: “Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la “voz masculina”. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones “masculinas”. De las palabras “masculinas”. Las mujeres mientras tanto guardan silencio. Es cierto, nadie le ha preguntado nada a mi abuela excepto yo. Ni a mi madre. Guardan silencio incluso las que estuvieron en la guerra. Y si de pronto se ponen a recordar, no relatan la guerra “femenina”, sino la “masculina”. Se adaptan al canon, escribe la autora.

Varias veces, los relatos de esas mujeres me dejaron pensando: la familia, el odio, la guerra, el dolor, la fraternidad, la venganza y el amor, siempre el amor. Los relatos de estas mujeres, nos enternecen, nos emocionan, nos estremecen, nos hacen vibrar, porque sabemos que lo que dicen fue real. Nunca había leído un libro así y claramente ya es uno de mis favoritos y que súper recomiendo. Rayé el marcapáginas por ambos lados, anotando todo lo que llamaba mi atención -¡fueron muchas cosas! Lo más bonito es cómo las mujeres, varias ya ancianas, iban recordando y, a la vez, mostrándose cada vez más vulnerables y expuestas/indefensas en su relato frente a la entrevistadora. Desde detalles, a simple vista, tan insignificantes como el querer llevar un vestido en el Frente, hasta acontecimientos históricos como cuando la Victoria se hizo inminente en el campo de batalla, son descritos son total franqueza y sencillez que sobrecogen al lector/a -en este caso, a mí.

Finalmente, un punto muy importante que destaco es el "aprender a amar después de la guerra": Este punto es transversal al discurso de las mujeres entrevistadas. El amor: el amor a la Patria, amor a la humanidad, amor fraternal, amor filial, amor familiar. “Después de haber aprendido a odiar, ahora tenían que aprender a amar”. Las mujeres se re-encontraron, algunas después de varios años, con sus familias, sus hijos, sus madres. Las mujeres anhelaban el fin de la guerra, imaginaban lo feliz que serían una vez acabado todo, cómo sería volver a contemplar la naturaleza, reír con las amigas, casarse, poder estudiar. Pensaron que las personas cambiarían, que aprenderían de los errores del pasado, pero la desilusión también fue enorme: “Querida mía… todo es igual que antes, las personas se odian entre ellas. Otra vez se matan unos a otros. Es lo que no acabo de entender… ¿Y quiénes son? Somos nosotros [...] Querida mía, es imposible tener un corazón para el odio y otro para el amor. El ser humano tiene un solo corazón, y yo siempre pensaba en cómo salvar el mío”. De este modo, se vuelve al amor como el eje central de la existencia humana.



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